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La inflamación (del latín inflammatio “encender”, “hacer fuego”) es la forma de manifestarse de muchas enfermedades. Es la respuesta local de los tejidos vivos a la agresión o a los estímulos nocivos y, al parecer, tiene un efecto protector. En el concepto de la patología celular, el Dr. Ruy Pérez Tamayo define la inflamación como “la reacción tisular local del tejido conjuntivo vascularizado a la agresión: esta reacción es estereotipada e inespecífica y por lo general confiere protección al organismo”.1
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Se trata de una de las manifestaciones biológicas observadas desde la más remota antigüedad y, como ya se mencionó en el capítulo de la historia, fue descrita por el recopilador romano Aulo Cornelio Celso en el siglo i d.C. en su obra De Re Medica, y la describió por sus manifestaciones locales: calor, rubor, tumor y dolor. Estas cuatro manifestaciones permanecen en la enseñanza de la medicina y se transmiten de una generación a otra desde alrededor de 2000 años.2
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Un axioma de la Edad Media, más adelante confirmado por la biología celular, aseveró que la inflamación es necesaria para obtener la curación de una lesión, y se inicia en el momento en que actúa el agente agresor.
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En 1749, el inglés John Hunter —uno de los primeros cirujanos en interesarse en el estudio del fenómeno inflamatorio— y después el patólogo alemán Rudolph Virchow, en 1859, señalaron que además de las cuatro manifestaciones locales, se afecta la función del órgano inflamado, y afirmaron que la reacción inflamatoria sigue un proceso predecible y constante, ya que el hecho de que la inflamación desaparezca o que evolucione hacia la destrucción de los tejidos depende de la intensidad del fenómeno inflamatorio.
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También se ha observado que la respuesta inflamatoria ocurre con características similares en los órganos sólidos como el hígado o el páncreas, y en los tejidos que no son accesibles a la observación directa.3
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Cuando los tejidos se inflaman, se activan los mecanismos de comunicación celular y, como resultado de la activación de las moléculas enlazadas a la membrana y del contacto directo de la superficie celular, las células responden secretando sustancias químicas que reciben el nombre genérico de mediadores de la inflamación, los cuales son capaces de reconocer las sustancias nocivas o extrañas. Esta respuesta celular desencadena los cambios que caracterizan a la inflamación, también llamados sucesos proinflamatorios, los cuales aumentan el flujo de sangre, la permeabilidad de la pared vascular y la llegada de células de la respuesta inmunitaria. Los componentes de este sistema pueden ser celulares y humorales; estos últimos son moléculas que circulan en la sangre y producen efectos locales y sistémicos que, a su vez, generan una respuesta celular y humoral autorregulada.
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Es necesario mencionar a los mediadores químicos de esta respuesta inflamatoria, también llamados “reactantes de fase aguda”, aunque este texto no explica a fondo los mecanismos moleculares ni expone todos los compuestos que mediante la investigación contemporánea continúan descubriéndose.
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Las moléculas mediadoras son de pequeñas dimensiones, de tipo lipídico como las prostaglandinas, los leucotrienos y el tromboxano, o bien aminoácidos modificados entre los que se encuentran la histamina y la serotonina, e incluso proteínas todavía más pequeñas como las citocinas, los factores de crecimiento y las interleucinas que dan información específica a las células capaces de utilizarla al presentar la información a receptores específicos expresados en la membrana plasmática. Se sabe que estos compuestos se originan en el hígado y en las células locales expuestas al agente agresor.