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Introducción

Un sueño largamente acariciado por los profesionales de la Medicina fue la posibilidad de reemplazar los órganos, tejidos o células enfermos por repuestos sanos, y esto con la finalidad de salvar la vida o de mejorar la calidad de vida de los pacientes. En toda la historia de la medicina se generaron mitos, anécdotas y leyendas de verdaderos milagros de quimeras vivientes que desarrollaron la imaginación de sabios y profanos. A inicios del siglo XX pareció hacerse realidad la vieja fantasía, y junto con el desarrollo tecnológico e industrial, la cirugía experimental difundió en 1902, con los trabajos de Carrel y de Guthrie,1 las bases técnicas para suturar los vasos sanguíneos y para trasplantar órganos sólidos. De inmediato los mismos autores y cirujanos de todas las latitudes reprodujeron los resultados y transitaron por el nuevo camino abierto. Así nació la especialidad de la cirugía vascular, pero sobre todo se dio el impulso para perfeccionar los métodos que habrían de hacer realidad el trasplante de los órganos. El impacto a la comunidad científica de su tiempo se manifestó por la distinción que se hizo a los autores al otorgarles el premio Nobel de Cirugía en 1912 en reconocimiento a sus trabajos de investigación.

La carrera se había iniciado, y en 1906, Mathieu Jaboulay hizo el trasplante del riñón de un cerdo en el brazo de un humano, el órgano trasplantado después de producir orina por algunas horas se retiró porque dejó de funcionar y estaba obstruido por coágulos. Ese fue el primero entre los numerosos intentos de trasplantes fracasados al hacerse entre individuos de diferentes especies, y se diseñaron en los laboratorios técnicas ingeniosas para trasplantar todos los órganos de la economía anastomosando los pedículos vasculares del órgano donado a los vasos sanguíneos del receptor.2

El camino se facilitó con el apoyo de la investigación básica, y desde esos inicios el desarrollo corre paralelo; el fisiólogo americano William Henry Howell descubrió la heparina, que es un anticoagulante natural, como se ha mencionado en otra parte, es una mezcla de polisacáridos presente en los tejidos humanos, y su antídoto natural, la protamina (también conocida como salmina, descubierta desde 1870 por Johan Friedrich Miewscher), está presente en el esperma del salmón y se utiliza para revertir con precisión el efecto anticoagulante de la heparina. Este invaluable apoyo tiene grandes aplicaciones en la medicina y en la cirugía, sin estos fármacos no existiría la cirugía de trasplantes como actualmente se conoce.

En los primeros experimentos en animales se demostró que con la ejecución perfecta de la técnica era posible implantar y revascularizar un órgano o un tejido, y que el órgano era capaz de recuperar su función, sólo que el trasplante entre individuos de la misma especie o de especies diferentes una vez revascularizado perdía su función en corto tiempo y se destruía, en tanto que los trasplantes de la piel o de tejidos ...

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