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Introducción

El diagnóstico es el proceso de identificar una enfermedad por sus signos y síntomas, pero también es la decisión a la que se llega en este proceso. En general, hay dos modelos diferentes que permiten hacer el diagnóstico de cualquier enfermedad, a saber:

  • Sintomático: se diagnostica la enfermedad con base en los síntomas.

  • Etiológico: se hace el diagnóstico basado en la causa de la enfermedad.

Llegar a un diagnóstico etiológico sólo es posible en aquellas condiciones en que se establece de manera inequívoca la relación entre una causa y un efecto, como ocurre con las enfermedades infecciosas o las cromosómicas, por citar dos ejemplos.

En el caso de los trastornos mentales, sólo en algunos casos es posible establecer esa relación. Así, por ejemplo, eso es factible en los pacientes con trastorno por estrés postraumático o en el deterioro cognitivo grave por HIV o debido a enfermedad de Alzheimer.

De modo que la mayor parte del diagnóstico de los trastornos mentales se realiza con base en los síntomas que el paciente presenta, ya que se acepta que la etiología de los trastornos mentales es “biopsicosocial”, por lo que están involucrados factores biológicos, psicológicos y sociales: genes y ambiente. Ahora, más que “natura versus nurtura” (naturaleza versus crianza) se habla de “natura + nurtura” (naturaleza + crianza), esto implica que el material genético per se no es suficiente para producir un trastorno mental, pero tampoco el ambiente determina su presencia.

Ante esta situación, llegar a una decisión (diagnóstico) cuando se evalúa a un paciente que sufre un trastorno mental, conlleva aplicar una serie de reglas previamente establecidas por consenso. Tales reglas se establecen en los sistemas de clasificación diagnóstica, subrayando el plural de “sistemas”, pues al no contar con un sistema de clasificación etiológico, es posible que ocurra la coexistencia de varios sistemas para la clasificación de los trastornos mentales. Pichot mencionó el ejemplo del jardinero que agrupa sus plantas de acuerdo con alguna característica útil para su trabajo (tamaño, color, etc.); esa clasificación es artificial y su valor predictivo es limitado. Una clasificación es válida cuando predice el máximo posible de hechos y, por esta razón, en cualquier campo de la ciencia sólo hay una clasificación válida, que en lo referente a los trastornos mentales sería aquella sustentada en la causa de estos trastornos.

Historia del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales

La primera clasificación oficial de los trastornos mentales en Estados Unidos se empleó para el censo de 1840 e incluía una sola categoría, “idiocia/insania”. Unos 40 años después el censo amplió a siete categorías el diagnóstico de los trastornos mentales: “manía, melancolía, monomanía, paresia, demencia, dipsomanía y epilepsia”.

En 1948, la Organización Mundial de la Salud (OMS) modificó la Clasificación internacional de enfermedades, en ese momento con el nombre de Lista Internacional ...

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