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Las divisiones artificiales entre oferta y demanda de sustancias han fraccionado un problema complejo, tanto en su comprensión como en la manera en que se le puede enfrentar. Si no se valora al mismo tiempo la oferta, la demanda, el contexto en el que ocurre el fenómeno y las consecuencias intencionadas y no intencionadas de las políticas públicas, se propiciarán respuestas desintegradas. En cambio, efectuar un análisis conjunto permite dimensionar mejor el problema que se enfrenta a nivel nacional.
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México desempeña un papel relevante en la producciónytráfico de drogas a nivel mundial; se ha transformado de un país productor (cultiva marihuana y opio, y manufactura metanfetaminas cuyo destino principal, aunque no exclusivo, son otros mercados, y de paso de la producción de cocaína que viene del Cono Sur y se dirige principalmente hacia EUA y otras regiones) a un país consumidor.
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La producción ilícita de opio se concentra en Afganistán. En 2012, su potencial de producción en toneladas fue de 3 700; el segundo lugar lo tiene Myanmar, con una producción de 690 toneladas, y México se ha convertido en el tercer país productor de opio en el mundo, con una producción estimada en 250 toneladas, según datos de 2011 de la Oficina de Control de Drogas y Delito de la Organización de las Naciones Unidas. Colombia también produce opio y heroína en una proporción descendente (8 toneladas en 2011).1
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En su paso hacia EUA, una parte de la droga se queda en México, en donde el consumo de heroína se concentra principalmente en la frontera méxico-estadounidense, aunque su uso se ha extendido a otras regiones del país. Según datos del Sistema de Vigilancia Epidemiológica en Adicciones para centros no gubernamentales (no incluyen Centros de Integración Juvenil), la heroína fue reportada como droga de impacto (aquella que el paciente identifica con más capacidad para producirle efectos negativos, y problemas, ya sea en el área de salud, familiar, legal o laboral, y que es el motivo principal de la demanda de tratamiento) por 9.9% de la población que demandó tratamiento.
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El cultivo de hoja de coca en el mundo se concentra en tres países andinos: Colombia, Perú y Bolivia; México se ha convertido en la principal ruta de salida destinada en su mayoría al mercado estadounidense. El uso de esta sustancia se incrementó de manera considerable en México, principalmente desde finales de la década de 1980-1989; en el transcurso de 10 años (1988-1998) aumentó 4.3 veces (de 0.33 a 1.45%); para 2008 había 7.87 usuarios de cocaína por cada uno que la usaba en 1988, la prevalencia en 2009 era de 0.4% y en 2011 fue de 0.5%, no representando un aumento significativo.2-5
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En contraste, la marihuana se produce en todo el mundo y en casi todas las latitudes. La mayor erradicación ocurrió en México con 13 430 hectáreas y en Marruecos con 8 000 hectáreas.1 De acuerdo con un estudio realizado por la corporación RAND,6 la marihuana representa entre 15 y 26% de las ganancias por exportación de sustancias de las organizaciones de tráfico de drogas de México y estima su ganancia en 1.5 mil millones de dólares (EUA). Tal estimación no coincide con otros reportes que sugieren que la producción y el tráfico ilícitos de cannabis constituyen la fuente más importante de ingresos de los cárteles mexicanos de la droga, lo que representa alrededor de 8 500 millones (EUA) o 61% de su ingreso anual.7
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Actualmente, la marihuana es la droga de más consumo en la población mexicana (80% del total de consumo de drogas) y en la mayor parte del mundo (76-83%); también es la droga con el más alto índice de crecimiento.7,8
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Después de 2005 —cuando EUA comenzó a controlar los medicamentos que contienen los precursores para la producción de metanfetaminas— México se convirtió en el principal abastecedor del mercado estadounidense de metanfetaminas. En lo que se refiere a la demanda, su uso se empezó a documentar en México a partir de 1994 y ha ido en aumento. En 2008, el consumo de estimulantes de tipo anfetamínico en el último año fue de 0.1% y en 2011 se registró 0.2%.8,9
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México alcanzó el nivel más elevado de producción entre 2004 y 2006; después de ese periodo y como resultado del control de estos mismos precursores en México —el cual incluyó la prohibición del uso de efedrina y seudoefedrina en los preparados farmacéuticos—, el tráfico de esta droga cayó, lo que reflejó una disminución de los decomisos en 40%,10 este fenómeno también incidió en una disminución de los casos que solicitaron tratamiento por esta droga en México y en EUA.11 La producción y el consumo han vuelto a aumentar debido al uso de precursores alternativos.4,7
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De acuerdo con las Encuestas Nacionales de Adicciones efectuadas a partir de 1988 entre la población de 12 y 65 años que habita hogares normales en México, el uso de drogas en el país inicia con niveles bajos de exposición y va escalando con un aumento en la proporción de nuevos casos. Entre 2008 y 2011, 1.7% de la población entre 12 y 65 años experimentó por primera vez con una o más drogas, lo que equivale a 1 380 443, cuando se analiza por sexo, la proporción en hombres es de 2.6% (999 156) y en mujeres 0.9% (381 288). Esta proporción de nuevos casos es significativamente mayor que la reportada de 2005 a 2008, 1.2% de la población (908 113) reportó haber probado drogas por primera vez en este periodo; 1.6% entre los hombres (575 691) y 0.9% entre las mujeres (332 422).
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La marihuana representa 80% del consumo de drogas, hay 2.4 usuarios de marihuana por cada consumidor de cocaína, 20% de estos últimos la consume en forma de crack.
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La prevalencia anual (casos que reportaron consumo en el año previo al estudio) se ha mantenido estable, lo que indica que el número de casos de personas que experimentan con esta sustancia y la cantidad de personas que dejan de usarlas son equivalentes, lo que mantiene una tasa estable con la excepción del consumo de cocaína, que aumentó de 0.2% en 1988 a 0.5% en 1998. En 2011, el consumo de la marihuana aumentó en la población masculina de entre 12 y 65 años de 1.7% en 2008 a 2.2% en 2011.5,8
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En el contexto sociocultural hay una serie de factores que incrementan la probabilidad de consumo (falta de oportunidades para obtener educación y empleo, enfermedad mental no tratada, exposición a múltiples oportunidades de uso, etc.), de consecuencias sociales (delito y violencia) y para la salud (muerte por sobredosis y accidentes, contagio con el virus de inmunodeficiencia humana [HIV], hepatitis B y C, y muchas otras enfermedades en las que el abuso de drogas es un importante factor de riesgo).
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Las consecuencias de estos dos factores (producción y consumo) están mediadas por la forma en que se estructuran los mercados de drogas; éstos son importantes, pues afectan directamente tanto el éxito de las estrategias como las consecuencias no deseadas de los esfuerzos de control que inciden tanto en los involucrados (productores, distribuidores y compradores) como en la comunidad. Su máxima manifestación es la violencia, cuyos principales objetivos son los compradores y vendedores y, en menor medida pero como objeto de gran preocupación, afecta a personas inocentes. La ilegalidad genera incentivos para la violencia, el desorden y la desconfianza.12
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El escalamiento de la violencia en México es notable y objeto de preocupación colectiva. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), si bien las tasas de violencia a nivel nacional (incluida la muerte por homicidio) entre 1990 y 2007 pasaron de 24.7 a 16.1%, algunas regiones mantuvieron tasas altas durante todo el periodo, básicamente comunidades aisladas en Tierra Caliente, Guerrero y Michoacán, en Chihuahua, Durango y Sinaloa (triángulo productor de opio y mariguana), y en las regiones urbanas de la frontera norte, con acelerado crecimiento.13 En este aspecto influyen la organización del tráfico de drogas y los conflictos entre bandas rivales.14
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Según estadísticas reportadas por el INEGI, la mortalidad por homicidio volvió a subir en 2008 a 23.3% y en 2009 a 28.5%, para registrarse en 21.7% en 2011.13,15 Las tasas de homicidio parecen seguir disminuyendo.16 De acuerdo con el Instituto Mexicano de la Competitividad, hubo 13% menos homicidios en el primer cuarto de 2013 comparado con el mismo periodo en 2012.17 El Sistema Nacional de Seguridad Pública reporta que de diciembre de 2012 a junio de 2013 se registraron 11 129 homicidios, de los que 7 128 (64%) están relacionados con el crimen organizado o con delitos federales.18
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Comparado con otras naciones, México tiene tasas más bajas de consumo ocasional y problemático, pero niveles de tráfico y violencia muy altos, aunque el crimen atribuido a los usuarios aún es bajo. Suecia, en cambio, tiene niveles medios de consumo ocasional y problemático, con bajos niveles de tráfico y violencia; el Reino Unido también presenta niveles bajos de tráfico y violencia, pero niveles muy altos de uso ocasional, niveles altos de consumo problemático y de crimen cometido por los adictos a las drogas; mientras que EUA tiene niveles muy altos de consumo tanto ocasional como problemático, bajo nivel de tráfico, altos niveles de violencia y muy altos niveles de crimen. México, Suecia y Reino Unido tienen bajos índices de HIV y EUA muestra niveles muy altos de casos afectados.
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Los índices de crimen con el narcomenudeo que surte a un creciente mercado interno están en aumento, sin llegar a los reportados en EUA o Gran Bretaña.
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Tales comparaciones muestran que el número de usuarios ocasionales y problemáticos no se relaciona directamente con el nivel de problemas que pueda tener un país; más bien, median otros factores ligados a las políticas, al tipo de droga que se consume (estimulante o depresora), contar con modelos probados y eficaces de intervención, acceso a tratamiento, el nivel de desarrollo social y la orientación de las políticas públicas.
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Responder de manera eficaz al problema no es sencillo, es necesario buscar soluciones que permitan reducir el riesgo de que los menores de edad estén expuestos a las drogas, que quienes han experimentado no avancen a su uso, que quienes han desarrollado dependencia encuentren tratamiento y se reintegren a la sociedad, minimizando las consecuencias adversas de las políticas, cuyo centro de atención debe ser el bienestar del individuo y la comunidad, con estrategias basadas en la evidencia científica.
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Un enfoque de salud pública que integre a las sustancias, individuos y al contexto, ofrece un atractivo camino; en los siguientes apartados se analizan estos elementos.19