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En principio, es importante precisar que la Ética es la disciplina que estudia la conveniencia o inconveniencia de la conducta y que la Ética médica, en particular, se interesa en el comportamiento del equipo médico; en este caso, del especialista en Psiquiatría en relación con su paciente. A menudo, el paciente psiquiátrico, dada la naturaleza de esa relación, requiere al psiquiatra incluso para que tome decisiones voluntarias, involuntarias o en contra de la voluntad de este último, en la inteligencia de que el psiquiatra lo hará invariablemente por el bien del enfermo buscando siempre favorecer el desarrollo de su paciente. Algunas de esas decisiones incluyen o deben incluir los aspectos jurídicos de tal relación, pues con frecuencia lo ético no es equivalente a lo legal.
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En la evolución de la medicina, el médico era un chamán, un curandero o un sacerdote que, según la cultura y la época, era el trato que recibía de parte de sus pacientes, relación que le otorgaba desde la admiración de la sociedad hasta la descalificación y la imposición de penas si fracasaba en su tratamiento. Así surgieron las primeras normas éticas y legales, por ejemplo, las contenidas en papiros egipcios del siglo XVI a.C. En esos documentos ya existían lineamientos de la práctica médica y metodología para el establecimiento del diagnóstico y del tratamiento. Si el médico seguía estos lineamientos y fracasaba no se le consideraba culpable, aunque el paciente muriera, pero si intentaba nuevos tratamientos (experimentaba) y el paciente moría, el médico era castigado y podía incluso perder la vida.
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En línea con lo anterior no puede dejarse de lado el pensamiento hipocrático, que constituyó un canon tanto para la cultura clásica como para la Edad Media, largas épocas que dan testimonio de la influencia casi universal que tuvo dicho pensamiento. También cabe mencionar escenarios más actuales como el proceso de Nuremberg, que mostró al mundo lo que puede suceder cuando el poder absoluto se ejerce sin vinculación a la moral y al derecho y que, consecuentemente, originó la Bioética y gestó la formulación de los Derechos Humanos y la elaboración de los Códigos de Deontología Médica por la Asociación Médica Mundial y la Federación de Colegios Médicos.
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El Código de Nuremberg (1946) fue publicado en Ginebra en 1948; ahí se estipulan los lineamientos que ha de seguir la investigación en humanos, incluyendo las condiciones del consentimiento informado. A tal documento siguieron otros como la Declaración de Helsinki, en 1964, que es un escrito oficial de la Asociación Médica Mundial, revisada y aceptada en otros países y años. También, en la Declaración de Ginebra (1948), aparece una versión moderna del Juramento Hipocrático (Juramento de Ginebra) y que fue enmendada en Sidney, Australia en 1968.
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Basten estos ejemplos para demostrar la necesidad del ser humano de poner límites a la posibilidad de autolesión y de llevar de regreso al Humanismo a la práctica médica, a resolver de manera respetuosa los dilemas generados con el desarrollo científico, relacionados con la vida y la muerte, la maternidad y la familia, la herencia genética y la eugenesia, la libertad y las emociones, y lo que es el concepto de persona y del humano mismo.
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Es en esta situación de cambio de la práctica de la medicina moderna que se busca profundizar en el bienestar integral del paciente y surge entonces una interdisciplina: la Bioética, que se define, en su origen, como la reflexión sistemática sobre la conducta humana en el campo de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud. Según el primer capítulo del libro de Van Rensselaer Potter (1971) Bioética: Ciencia de la sobrevivencia en que expresa la exigencia de discernir entre las posibilidades técnicas y la licitud ética, al adquirir la sabiduría para utilizar el conocimiento.
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La palabra “bioética” es un neologismo acuñado por el oncólogo Van Rensselaer Potter en su libro Bioética: un puente hacia el futuro, en el que describió la “disciplina que combina el conocimiento biológico con el de los valores humanos”. Más tarde, la Enciclopedia de Bioética, coordinada por Warren Reich, define a la Bioética como “el estudio sistemático de la conducta humana en el área de las ciencias de la vida y del cuidado sanitario, en cuanto que tal conducta se examina a la luz de los valores y de los principios morales”. En la actualidad, la Bioética abarca no sólo los aspectos tradicionales de la ética médica, sino que incluye la ética ambiental, con los debates sobre los derechos de las futuras generaciones, desarrollo sustentable, es decir, es la nueva ética médica, la ética de los nuevos avances en biomedicina.
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Las palabras “ética” (del griego ethiké, femenino de éthikós: “relativo a la manera de ser”; ethós: “carácter”, “manera de ser”) y “moral” (del latín moralis, relativo a moris: “costumbre”, “manera de vivir”) son equivalentes desde el punto de vista técnico; sin embargo, no tienen el mismo significado. “Moral” es el conjunto de comportamientos y normas que son considerados como válidos, relacionados con lo bueno y lo malo de dichos actos; en tanto que “ética” es una disciplina que implica la reflexión sistematizada sobre las razones por las que se consideran válidos tales comportamientos o normas, y la comparación con otras morales que tienen otras personas. Deontología (del griego déon, “deber” y lógos, “estudio”) sistematiza las prohibiciones y las ordenanzas formulando los códigos que pretenden normar el comportamiento. La axiología (del griego axios “valioso” y logos “tratado”), o “filosofía de los valores”, es la otra rama de la filosofía antropológica que estudia la naturaleza de los valores y juicios valorativos. De tal forma, la Ética ofrece el estudio sistemático del fundamento de las normas establecidas en tales códigos. De manera que la creación de un reglamento o de un código de una institución, por ejemplo, es ejercicio de la deontología, que se fundamenta en los principios y metodología que son resultado del estudio de la Ética.
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Como ya se comentó, el objeto material de la Ética es la conducta del individuo, es decir, el acto humano; que considerado como resultado de la opción, es siempre susceptible de valoración ética. El objeto de estudio formal de la Ética es la calidad de la conducta humana en términos de bondad o maldad; entendiendo que una conducta es buena si perfecciona, desarrolla o promueve a la persona, pero es mala si interfiere con dicho perfeccionamiento u obra en contra del mismo. En lo que se refiere a la Bioética, el acto que ésta estudia y valora es el acto biomédico y específicamente la relación médico-paciente. La conducta del médico es éticamente aceptable si ésta lo dignifica y perfecciona como médico. Lo perfeccionará y dignificará como tal, si dicha conducta está dirigida a beneficiar, aliviar, perfeccionar o desarrollar a su paciente.
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Dando continuidad al tema de los valores, con seguridad el más importante es el valor de la persona, de su vida, de la vida humana. La persona es tal porque tiene un valor absoluto por su propia naturaleza sustancial y que constituye su dignidad intrínseca, que como finalidad específica da sentido a su existencia y hace al ser humano único, irrepetible e insustituible. Por eso la persona ha de asumir estas características ejerciendo una conducta que promueva su dignidad logrando su perfeccionamiento. Entonces, tal conducta será reconocida como buena y la consecuencia será reconocida como un bien.
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La relación terapeuta-paciente recae en las descripciones anteriores en cuanto que a través de ella el paciente logra acciones que lo sanan, lo alivian, lo perfeccionan, lo promueven. La relación entre el paciente y el médico actúa como un fundamental instrumento terapéutico por excelencia que promueve la libertad de la persona del paciente y, así, su dignidad, al ser el paciente mismo el ejecutor principal del acto biomédico cuando en forma responsable, es decir, informada, decide aceptar el tratamiento que el médico le propone.
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El médico, en la misma relación, asume una práctica profesional con responsabilidad; en un sistema que tiene por objeto la interacción en el que ambos se han de encontrar comprometidos en una causa que promueve un fin. Tanto uno como el otro buscan el bien, en situación recíproca. En la relación terapéutica del psiquiatra con su paciente se tiene como fin restaurar la salud mental o promover el desarrollo emocional del paciente; lograr para él que su funcionamiento total se acerque lo más posible a un estado óptimo, que logre una integridad con su realidad biológica, sus necesidades emocionales, su entorno social y familiar, con su trascendencia y su espiritualidad. De no ser esto lo posible, la relación terapéutica ha de lograr el alivio del malestar que aqueja al paciente y el consuelo de éste.
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De lo anterior se desprende que la relación médico-paciente conlleva responsabilidades tanto para uno como para el otro, en una relación de sinergia. Así, el terapeuta pone en juego todos los conocimientos y destrezas adquiridos en su formación para informar ampliamente al paciente o al familiar responsable de la naturaleza de su enfermedad y del tratamiento que propone. Esto permitirá al paciente optar en forma responsable, respaldado por el conocimiento de su enfermedad y de las consecuencias e implicaciones del tratamiento que se le propone. Sólo así las acciones terapéuticas podrán tener un sentido humanista en que ante todo se respeta la libertad responsable del paciente y se reconoce la dignidad que tanto uno como el otro tienen como personas. El tratamiento, una vez aceptado por el paciente en dichas condiciones, tiene como principal objetivo su integración como persona total.
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Lo ya mencionado no es tarea fácil, ya que la toma de decisiones requiere de una metodología específica para valorar un acto humano como aceptable desde el punto de vista ético, es menester observarlo desde diversos puntos de vista y no simplemente obedecer a un juicio moral inmediato, que bien podría ser acertado, pero que no considere otras opciones que permitan un estudio sistemático del acto y obtener un juicio fundamentado.
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La Ética, como todas las disciplinas humanísticas, enfrenta diversos problemas y frente a los mismos adopta una posición que no es universal, aunque debería serlo y que ha de ser sostenida continuamente. Por ejemplo, frente al problema de la eutanasia, distintas escuelas de pensamiento filosófico inspiran diversas posturas que han de ser defendidas, sostenidas, estudiadas y discutidas mediante la metodología propia de las ciencias humanísticas –por ejemplo, la argumentación, que es un instrumento de la lógica y que asiste en la adopción de una postura que se asume y que sea válida para todos–. Es claro que no es posible alcanzar una universalidad en las disciplinas humanísticas, pero sí es posible afirmar que si existen dos posturas contrarias es imposible que ambas sean correctas, quizá las dos estén equivocadas o tal vez una sea correcta y la otra no.
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La diversidad de corrientes filosóficas recae en uno o más de estos criterios. Así, las corrientes personalistas parten de un criterio aretológico, que considera bueno el acto que perfecciona y dignifica al que lo ejerce; en tanto que las corrientes liberales y las pragmáticas son exponentes de un criterio utilitarista. Las orientaciones derivadas del imperativo categórico y el principialismo de Beauchamp y Childress, parten de un criterio básicamente deontológico.
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En el naturalismo sociobiologista se propone una ética basada en el evolucionismo como corriente filosófica más que como teoría científica, ello de forma paralela e incluso previo a las contribuciones científicas de Darwin a la biología y al entendimiento del proceso evolutivo de las especies. Niega así cualquier cualidad específicamente humana de la experiencia de la verdad, del bien o de la belleza, que en el fondo no tienen otro valor que el de servir a la supervivencia de la especie humana que, si bien es la mejor especie, lo es en función de ser la más evolucionada: el criterio obedece a una única realidad absoluta que es la evolución, cuyo principio es la selección en el que “mejor” significa “más evolucionado”. Por lo mismo, la especie, entonces, tiene prioridad respecto al individuo.
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Por otra parte, el liberalismo ha tenido importantes repercusiones no sólo en la práctica de las profesiones relacionadas con la salud, sino también en la sociología, la pedagogía y las ciencias políticas. Para la orientación liberal lo más importante es lo que el mismo liberalismo entiende por dignidad de la persona y que supone como elemento central de esta orientación un pleno derecho de propiedad sobre sí misma. Así, el individuo es pleno propietario de su cuerpo, de su vida y de su alma –si hay algo que el liberalismo considerara como tal– y tiene el derecho de veto de cualquier uso que se pretenda hacer de su persona. El individuo tiene derecho a alquilar sus propios talentos, vender sus órganos, arruinar su salud, suicidarse, etcétera.
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En el campo de la Bioética, esta posición individualista ha sido sostenida sobre todo en las prácticas en torno a la sexualidad y a la procreática, así como al aborto y a la eutanasia. Para el liberalismo, el individuo tiene el “sagrado derecho de hacer lo que quiera con su cuerpo” –ya que éste le pertenece–, en tanto su conducta no lesione la autonomía de alguien más.
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Las corrientes utilitaristas, como orientación filosófica, han tenido una gran influencia no sólo sobre la economía como disciplina, sino en la orientación de la Ética y de la Bioética, sobre todo en Estados Unidos e Inglaterra. En la actualidad tiene muchos adeptos, empezando por los que promueven, como seguidores, la “sociedad de bienestar”. Se trata de una doctrina moderna, humanista y altruista originada en el siglo XVIII en Inglaterra. Para el utilitarismo, la bondad de los actos no puede ser determinada por autoridad alguna; lo que cuenta son los estados de placer o de sufrimiento vividos por los humanos.
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En principio, el utilitarismo dicta alejarse de intereses e inclinaciones, de prejuicios morales, de concepciones metafísicas y de creencias religiosas; lo único importante para esta orientación es “lograr la máxima felicidad para el mayor número de personas”.
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El centro del personalismo es la persona y dicha orientación la considera como el eje de toda fundamentación moral. Desde la perspectiva del personalismo la naturaleza racional del ser humano es en sí su dignidad intrínseca, lo que implica la consideración de que tiene un fin en sí mismo y que es irrepetible como individuo. Esta totalidad de funciones se refiere a la racionalidad dada en una sustancia sellada en sus límites (individualidad). La racionalidad implica la libertad responsable que permite a las personas optar respondiendo por las consecuencias de su opción, lo que pone en juego las capacidades específicamente humanas de inteligencia y voluntad. El funcionamiento total resultante deviene de lo que es entendido por dignidad humana. El personalismo reconoce la dignidad de la persona por su esencia y no sólo por su capacidad de ejercer su autonomía, como es el concepto del liberalismo, y acepta la indivisibilidad de una unidad física, psíquica y espiritual o trascendente desde el momento de la concepción hasta la muerte. Como fundamentación ética exige el respeto a la vida humana como un valor primario y al ejercicio de una libertad responsable y de solidaridad.
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La filosofía que anima la orientación ética personalista se sintetiza en cinco principios:
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El valor de la corporeidad.
El valor fundamental de la vida física.
El principio de libertad y responsabilidad.
El principio terapéutico.
El principio de socialidad/subsidiaridad.
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Concepción del paciente como persona
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La persona humana es individuo en cuanto a que es único e irrepetible con un fin intrínseco que tiende a alcanzar por su propia naturaleza. Es una totalidad de funciones que se extienden en el tiempo y el espacio (en toda su historia y en su presente) cuya proporción es mayor e incomparable con la suma de sus partes que en forma multidimensional implica lo que de él es biológico, lo que de él resulta de su interacción en el ambiente y lo que de él representa su realidad emocional y espiritual.
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Esa totalidad de funciones se refiere a la racionalidad dada en una sustancia individualizada. La racionalidad implica la libertad responsable que permite a la persona optar respondiendo por las consecuencias de su opción, mediante poner en juego las capacidades específicamente humanas de inteligencia y voluntad.
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Con estas características, en el inicio de una situación terapéutica, el paciente se reconoce a sí mismo como incompetente en el estado de limitación en que se encuentra (enfermedad, ignorancia) y actúa recurriendo a otro, al médico, quien posee conocimientos y tiene acceso a recursos que pueden disminuir la limitación que implica la condición patológica que impide el equilibrio e integración de las instancias biológicas, sociales, psicológicas y espirituales en una totalidad funcional.
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En esta búsqueda, el médico es identificado como superior por sus conocimientos, experiencias y destrezas; y el paciente adopta una postura receptiva y vulnerable; lábil ante el arbitrio del terapeuta quien lo va a orientar hacia el acto de aceptación de una medida terapéutica. Esta posición receptiva y de desventaja implica una entrega necesaria para la relación terapéutica y que el paciente sólo puede adoptar si la confianza prevalece.
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Confianza en que el terapeuta es fiel a su propia finalidad como terapeuta (a su misión), que siendo ésta el bien del paciente, el ejercicio que lo conduce a ella lo dignifica y perfecciona en el proceso de actualización de sus propias potencias. La beneficencia y la benevolencia han de tipificar la práctica terapéutica y están presentes en la forma natural de ser del médico. El principio de beneficencia es de mayor importancia en bioética y ha sido prominente en los códigos deontológicos desde la antigüedad y, como valor, ocupa la más alta jerarquía en la orientación personalista.
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La prestación de servicios de atención médica reviste características muy específicas cuando se trata de la atención psiquiátrica. La consideración humana y los principios éticos que se han de observar en cualquier campo de la medicina –y que en general manifiesta todo médico sensible y bien intencionado–, alcanzan niveles extraordinarios cuando el sufrimiento (como sucede a menudo con los pacientes psiquiátricos) es alarmante.
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El paciente, o se torna excesivamente dependiente del médico, o se resiste a todo tratamiento. Es frecuente que en ciertos pacientes la admisión a un servicio de internamiento psiquiátrico y el tratamiento sean practicados en contra de su voluntad por indicación médica en situaciones de urgencia y con la intervención judicial en otras actuaciones.
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Así, en función de tales circunstancias y otras más implicadas que se revisan más adelante, el manejo del paciente psiquiátrico implica consideraciones éticas y jurídicas muy específicas en relación a problemas que se suscitan y que recaen en el campo del derecho sanitario.
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Principios éticos fundamentales en la práctica médica psiquiátrica
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Los principios éticos fundamentales en la práctica de la medicina son el de beneficencia-no maleficencia, el de autonomía y el de justicia. Tales principios deben ser ponderados y el de beneficencia, especialmente en Psiquiatría, ocupa la cúspide de tal jerarquización. Esa es la orientación que la práctica de la medicina ha tomado en el transcurso de 2 500 años a partir del corpus hipocrattum. De la misma manera la vida, como valor primordial, está colocada en la cúspide de la escala axiológica.
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El psiquiatra, en la utilización de cualquier modalidad de tratamiento disponible y obedeciendo al principio de beneficencia, debe actuar de manera acorde con su finalidad como profesionista, es decir, sus acciones han de estar dirigidas a satisfacer lo que más conviene al paciente. El entendimiento de lo que es el “bien” del paciente es ontológico, es decir, obra en conveniencia del bien del paciente todo acto que de alguna forma lo perfecciona como ser humano (lo sana, lo alivia, mejora su estado físico o psicológico, etc.). Así, el psiquiatra tiene que actuar en función de lo que es el bien ontológico del paciente, aunque quizá no sea, necesariamente, lo que el paciente piensa que es su bien o que obra en pro de su bienestar. Cuando la actuación del psiquiatra obedece este principio obra, además, en función de su propio perfeccionamiento como médico. El principio de beneficencia implica en sí el principio de no maleficencia, el famoso “primum non nocere” (“Primero que nada, no dañar”), cuya supremacía también está señalada en el corpus hipocrattum.
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La transgresión al principio de beneficencia ocurre de tres maneras: a) cuando los conocimientos del psiquiatra no son adecuados (impericia simple o temeraria), b) cuando el médico no cumple e incurre en negligencia y c) cuando la actuación del médico, al tratar al paciente, tome una dirección más bien determinada por un interés personal. Esto último constituye, en mayor o menor grado, la utilización del paciente; es decir, un abuso que atenta en contra de su libertad y, por ende, contra su dignidad de persona.
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Es necesario recordar aquí que el paciente inicia su tratamiento con la expectativa de que el médico está obligado a hacer lo que se ajuste al servicio del mejor interés de su paciente y no de su propia conveniencia. A fin de que el tratamiento a que acude alcance su objetivo, el paciente debe ponerse en manos de su médico, confiar plenamente en él, adoptar una posición de receptividad y entrega que lo hace vulnerable, susceptible a abuso. Por otra parte, hay fenómenos psicológicos que obran en el aparato mental del paciente que determinan si adopta actitudes de dependencia, infantilismo y receptividad.
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Así, la ética psiquiátrica ha conseguido una posición firme en los asuntos psiquiátricos globalmente considerados, su futuro está garantizado, lo que permite prever una fuente atractiva de estímulos para la participación activa de los psiquiatras en tan importante campo de la profesión. Ahora, además de los clásicos temas de Ética –como la investigación en seres humanos y la Ética en Psicoterapia–, se discute y analiza sobre los valores éticos del equipo médico, el consentimiento informado, el secreto profesional, la objeción de conciencia, la Ética de las instituciones, los comités intrahospitalarios de Bioética, el diagnóstico psiquiátrico como problema ético, el tratamiento forzoso y el rechazo al tratamiento, la práctica psiquiátrica en otros medios no hospitalarios, entre muchos otros tópicos relacionados; sin hacerlo de manera exhaustiva, algunos de estos temas se analizan en este capítulo.
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Desde cualquier perspectiva, Ética y Psiquiatría han sido dos disciplinas cercanas a lo largo de su historia, ambas con un desarrollo imbricado, a menudo criticado en cuanto al seguimiento de los cánones de la primera; coincidiendo con Gracia, quizá la conflictividad de sus relaciones está en la “y”, pues se les puede concebir como disciplinas autónomas que entran en relación, respetándose y sin anularse. Lo que se ve en examen permanente son los problemas que plantea la práctica profesional de la Psiquiatría, intentando subordinarlos al consejo ético, lo que termina por reducir la Psiquiatría a la Ética.
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En línea con lo anterior, los antecedentes filosóficos de la medicina conducen a los razonamientos socráticos y platónicos, en donde el mal y el error caen invariablemente en el campo de lo patológico, de la ignorancia o de la locura, donde la maldad es una enfermedad del alma, una enfermedad mental. Así, el Ethos es un hábito positivo u ordenado de la vida, en tanto que el Pathos es el desordenado o negativo. Tales ideas han persistido hasta este tiempo evolucionando, por ejemplo, como la “locura moral” del siglo XVIII, un tipo de locura consistente en la enfermedad de los afectos y los hábitos de la vida, por lo que la enfermedad mental conlleva una perversión moral (que hoy recibe el nombre de psicopatía). En contrapartida, sólo el hombre sano, el que no está enfermo de la mente, puede ser bueno y feliz.
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Ese halo de “inmoralidad” que recubría a la enfermedad mental ha ido desapareciendo merced a la introducción respetuosa de la Ética en la Psiquiatría, ahora las relaciones se establecen de un modo nuevo, lo que ha permitido que la asistencia del enfermo mental mejore. Evaluar la capacidad del paciente para consentir, respetar su autonomía, modificar los procedimientos de internamiento y contención son, entre otros, esos cambios.
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Al mejorar el concepto de enfermedad y enfermo mental y, consecuentemente, el ejercicio psiquiátrico, el panorama de la Psiquiatría se perfecciona.
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Con seguridad la Psiquiatría es la rama de la medicina que más tiene que ver con la Ética, si se percibe a esta última como la forma en que debe orientarse la conducta profesional del clínico para alcanzar el propósito deseado de promover la salud mental o de restaurarla cuando se ha perdido –y no la forma del comportamiento técnico-científico propio del médico, derivado del conocimiento–, sino la de la conducta sujeta a valores y virtudes que rigen para toda persona. Así, el concepto de Ethos se amplía de costumbre a carácter, forma de ser, peculiaridad del individuo, que deposita en el psiquiatra esa doble confianza (por su reciprocidad) para atender a la persona que enferma de la mente y que hace particular la relación médico-paciente.
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En cualquier contexto médico la relación médico-paciente es desigual, asimétrica por definición, lo que es más notorio en el ejercicio psiquiátrico, ya que el clínico tiene la posibilidad de tomar decisiones por el otro, por el enfermo; a veces en contra de su voluntad y prescribir internamiento y tratamiento. A fin de que esas decisiones se realicen dentro de los límites éticamente válidos, la propia sociedad ha establecido normas legales que hacen obligatoria su participación en la práctica psiquiátrica, de tal forma ha evolucionado dicha relación, que pretende ser una relación de igualdad, en la que incluso se establece un contrato entre el prestador y el usuario del servicio.
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Así, toda intervención psiquiátrica adquiere una dimensión social y, por tanto, debe ocurrir en el marco normativo que regula las relaciones sociales.
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Los ordenamientos legales que emanan de la Constitución Política Mexicana, así como la Ley General de Salud, códigos penales y civiles, normas oficiales mexicanas, dependencias en favor del cuidado de los derechos humanos, los códigos de ética, entre otros, positivan y reconocen la dignidad humana, el libre desarrollo de la personalidad, la libertad individual y la protección a la salud como derechos, la no discriminación, la atención a los que tienen capacidades diferentes, etc. De tal forma que en la actualidad los fundamentos éticos adquieren obligatoriedad al ser reforzados por los fundamentos jurídicos que tienen el poder de la sanción.
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En los últimos años ha ocurrido un despertar histórico y social de tres aconteceres que marcan de forma clara la situación que priva en el mundo, sobre todo en el ámbito de la medicina:
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La revolución biológica, con los avances en la genética y la posibilidad de actuar sobre el ser humano en los primeros momentos de la vida.
La revolución ecológica, ante la grave problemática desencadenada por el crecimiento poblacional y la explotación inadecuada de los recursos naturales.
La revolución médico-sanitaria, ante el desarrollo de la conciencia individual y social de los enfermos mentales por parte de las organizaciones que vigilan el respeto a los derechos humanos, ante la creciente especialización de la Medicina y la creación de nuevas tecnologías diagnósticas y terapéuticas y ante los distintos sistemas político-económicos de atención a la salud.
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Así que los problemas en el ejercicio médico incluyen tanto los intereses de las personas como los sociales, que no deben separarse para su atención con las consiguientes dificultades clínicas, económicas y políticas, que ciertamente son motivo de reflexión y preocupación de la bioética.
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Con fines de precisión ante el quehacer ético del psiquiatra y por la naturaleza misma de su profesión, el clínico debe ser capaz de ver más allá de las dudas que debe enfrentar en su actividad profesional. Con frecuencia la amplia gama de enfermedades mentales parece inabordable, pero es importante que el médico acepte que aún hay puntos oscuros que se llenan de especulaciones e hipótesis; aunque eso es inherente a la vida humana. Aquí de nuevo aparece la filosofía para aportar luz ante la incertidumbre y la vacilación.
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Por todo lo ya descrito cabe hacer algunas consideraciones sobre temas relevantes en el contexto de la Bioética en Psiquiatría.