++
Durante muchos años, el buen médico era el que diagnosticaba las enfermedades basándose en el conocimiento de los textos especializados y en su propia experiencia; proporcionaba además consuelo a los pacientes y familiares, siguiendo la tradición de la estirpe. En ocasiones, curaba; a veces, aliviaba. Se describe aquí a un hombre bueno, con sentido común, sabiduría linneana y conocimiento adquirido durante el envejecimiento. Pocas medidas terapéuticas de eficacia probada y la certeza de no saber el origen ni el remedio de los males que enfrentaba, matizaban su conducta ante el paciente. De acuerdo con los preceptos del juramento hipocrático, enseñaba su ciencia a otros y cultivaba su espíritu curioso con la descripción de nuevas entidades nosológicas. Durante el siglo pasado y gran parte de éste, floreció la nomenclatura económica de la enfermedad (el riñón de Bright, la corea de Sydenham, la cirrosis de Laenmec, el fenómeno de Lucio, el síndrome de Cushing, etc.) en catálogos nosográficos de cientos de páginas y como resultado, del esfuerzo para caracterizar procesos muy variados. Fue la época —de acuerdo con la terminología en boga— de los estudios descriptivos. La imagen descrita puede parecer idílica, pero no es irreal; al margen de críticas ácidas en torno al quehacer médico (véanse las obras de Montaigne, Moliere, Dickens y Shaw que se ocupan del tema), las expectativas del médico y de la sociedad a la que pertenecía pueden ilustrarse bien con el epitafio del Dr. Bright, que reza así:
++
Sacred to the memory of sir Richard Bright, MD, DCL.
Physician extraordinary to the Queen
He contributed to medical science many scientific discoveries
And works of great value
And died while in the full practice of his profession
After a life of warm affection
Unsullied purity
And great usefulness.1
++
En nuestros tiempos, quizá ya no pedimos “cálidos afectos y pureza inmaculada” de nuestros médicos. Pero sí exigimos eficacia porque, en pleno siglo XX, la medicina deviene ciencia y lo hace en forma acelerada. La mutación ocurre cuando el vasto caudal de conocimientos médicos incorpora la información derivada de otras disciplinas biológicas que nacieron científicas: la microbiología, inmunología, genética, bioquímica, fisiología, anatomía patológica, farmacología, etcétera. Ocurre también cuando incorpora los avances tecnológicos al estudio de la enfermedad: la radiología, las técnicas de asepsia y antisepsia, el microscopio, la antibioticoterapia, la biología molecular, la informática, etcétera. De esa suerte, y aun cuando no haya generado todavía ninguna teoría, la medicina se convierte en la ciencia más joven.
++
Se postula en la actualidad que el médico debe realizar actividades asistenciales, de docencia y de investigación como parte de su código ético. De otra suerte, practica no una ciencia sino una técnica, un oficio. ¿Cómo cruzar el puente? ¿Cuál es la herramienta útil para trascender de la práctica diaria al conocimiento universal? Así como las artes aspiran a la precisión de la música, las ciencias aspiran a la precisión de las matemáticas. La ciencia parte de preguntas bien formuladas, de ahí a la definición y control de las variables, a la medición de los fenómenos y al conocimiento de su significado en un proceso de pensamiento que genera repetidamente el ciclo, a partir de una nueva pregunta. ¿Es posible usar el proceso científico en el fenómeno médico cotidiano? La respuesta es sí. El puente y la herramienta se llaman Epidemiología Clínica. Esta disciplina novedosa en el estudio de la enfermedad, ha permitido, una vez que se formula la pregunta de investigación, la sistematización coherente de los datos, el diseño cuyos resultados aproximen más el conocimiento a la realidad, su medición y su validación matemática. Hoy en día es difícil vivir sin los conceptos de normalidad, sensibilidad, especificidad, sesgo, variable, consistencia interna y tantos otros provenientes de la jerga epidemiológica. El conocimiento que ha generado la Epidemiología Clínica es ahora tan necesario como el de cualquier ciencia básica de la carrera del médico. Merece la pena detenerse en las metáforas “puente” y “herramienta”. La primera se usa aquí en el sentido de vía de acceso sobre un obstáculo; la segunda indica que, sin medicina, sin enfermedades, sin enfermos, la epidemiología clínica no tendría razón de ser; algo así como un taller de carpintería sin madera.