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Las enfermedades mentales afectan de 14 a 20% de los niños y adolescentes. La prevalencia es mayor en jóvenes que se desarrollan en medios socioeconómicos de bajos recursos. La escasez de especialistas en salud mental, los prejuicios que acompañan a los servicios de salud mental, las barreras institucionales, la falta crónica de recursos del sistema público de salud mental, y los beneficios dispares que otorgan las aseguradoras, han contribuido a que sólo 2% de estos niños sean atendidos por un especialista en el área. Cerca de 75% de los niños con alteraciones psiquiátricas son atendidos en el nivel primario de atención, y la mitad de todas las visitas al pediatra se relacionan con problemas conductuales, psicosociales o educativos. Los padres e hijos a menudo prefieren analizar estos aspectos con alguien conocido a quien le tienen confianza. En consecuencia, el médico de atención primaria está obligado a desempeñar una función importante en la identificación, inicio, tratamiento y coordinación de la atención de la salud mental en niños y adolescentes.
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Pese a que se encuentran en una posición estratégica para la identificación de estos problemas, los médicos de atención primaria identifican a menos de 20% de los niños con problemas emocionales y conductuales durante las consultas de niño sano. Además, estos problemas no se identifican desde sus inicios (cuando es más factible tratarlos). La función de cuidador se ha vuelto más importante desde el decenio anterior, porque los avances en la percepción acerca de la salud mental y su tratamiento han mejorado las posibilidades de identificación e intervención tempranas. Esta función es en especial crítica porque la paidopsiquiatría es una especialidad médica un tanto abandonada: en Estados Unidos sólo se cuenta con 700 psiquiatras certificados para la atención de niños y adolescentes. Por el contrario, se cuenta con más de 50 000 pediatras certificados en Estados Unidos que se encuentran en una magnífica posición para identificar los aspectos que afectan la salud emocional y para iniciar el tratamiento o la referencia con otros especialistas.
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Los problemas emocionales que se desarrollan durante la infancia y adolescencia pueden tener un impacto significativo en el desarrollo y continuar hasta la edad adulta; de hecho, la mayor parte de los trastornos psiquiátricos “de adultos” tienen su inicio durante la infancia. Estos trastornos no se manifiestan por lo general como un fenómeno de “todo o nada”, sino que progresan desde problemas de adaptación hasta alteraciones del funcionamiento, y más tarde a trastornos significativos y graves. Los pediatras tienen la capacidad de tratar los problemas emocionales y conductuales en etapas tempranas, cuando puede lograrse la mejoría con intervenciones menos intensivas. Si los pediatras y las escuelas no identifican de manera apropiada los problemas de salud mental, proporcionan educación respecto a los beneficios de la intervención y favorecen e inician las intervenciones tempranas, es más probable que los trastornos que inician en la infancia persistan, causen alteración progresiva y conduzcan a una espiral descendente ...