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Introducción

Desde los inicios mismos de la vida en la Tierra (hace más de 4.2 billones de años), los seres vivos se han enfrentado a la necesidad de protegerse ante agentes externos nocivos, desarrollaron un primer sistema de defensa conocido como fagocitosis (consistía en englobar agentes externos dañinos y, por decirlo de alguna manera, neutralizar su posible agresión); más tarde, a medida que los seres vivos evolucionaban hacia formas más complejas, las especies fueron perfeccionando sus sistemas de protección, los más desarrollados y que cuentan con tejidos vascularizados desplegaron un sistema que no sólo tiene el fin defensivo de aislar y destruir al agente dañino, sino que también inician y orquestan el proceso de autorreparación de los tejidos, ese sistema es conocido como inflamación (del latín inflammatio “encender”, “hacer fuego”).1,2 La inflamación es en sí un proceso reactivo, complejo, inespecífico, que se caracteriza por modificaciones locales, coordinadas, de los vasos sanguíneos (endotelio) y tejido conjuntivo, que puede alterar la homeostasis general y cuya función es localizar, eliminar, o al menos aislar el agente lesivo, que finaliza en la reparación del tejido lesionado.

Desde las civilizaciones egipcias más antiguas (poco más de 4 000 años), se han escrito estos procesos, posteriormente mejor caracterizados por los griegos (phlegmone era la palabra griega que en los tiempos de Hipócrates denominaba a la inflamación) y romanos como Galeno y Celso que caracterizaron las cinco propiedades clínicas de la inflamación: rubor, tumefacción, calor, dolor (rubor et tumorcum calore et dolore). En 1858, Virchow añadió:5 pérdida o disminución de la función (et functio laesa).1

En 1783, J. Hunter escribió su tratado Blood, Inflammation and gunshot wounds, en donde estableció que la inflamación tenía un efecto benéfico y saludable. En 1867, J. Cohnheim, discípulo de Virchow, escribió como resultado de sus investigaciones en la lengua de las ranas vivas, que los cuatro signos principales de Celso podrían explicarse por aumento en la permeabilidad vascular. En 1882, E. Metchnikoff describió el proceso de la fagocitosis y propuso que llevarla al sitio dañado era el propósito del proceso inflamatorio; mientras tanto, P. Erlich sostenía que la inflamación se lleva a cabo para trasladar sustancias neutralizantes (teoría humoral) frente a los agentes infecciosos. Por último, T. Lewis, con su sencillo y clásico experimento en el que describió “la triple respuesta” a la agresión, estableció que había sustancias químicas que intervenían en el desarrollo de los cambios vasculares observados en la inflamación, desde entonces se han publicado miles de trabajos sobre el tema, lo que ha permitido conocer cada vez con mayor detalle la serie de eventos que regulan y llevan a cabo el proceso inflamatorio.

El proceso inflamatorio se sucede sólo en los tejidos vascularizados y consiste en una serie de fenómenos automáticos que tienen el propósito aparente de llevar líquidos, sustancias reactantes y células efectoras al sitio donde se produjo primero el daño, ...

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