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Introducción

La ingesta desbalanceada de alimentos y la falta de actividad física son circunstancias relacionadas entre sí, y se han asociado con el desarrollo de obesidad alrededor del mundo; el sobrepeso, hipertensión, niveles altos de lipoproteínas y glucosa son parte del síndrome metabólico,1 estado de desequilibrio del metabolismo de los lípidos y glucosa relacionados en gran medida con enfermedades cardiovasculares y una plétora de enfermedades que giran en torno a la obesidad, como diabetes mellitus, apnea del sueño, osteoartrosis e incluso algunos tipos de cáncer.2 Una de las características de la obesidad es la dislipidemia caracterizada por altos niveles de lipoproteínas de muy baja intensidad y concentraciones bajas de lipoproteínas de alta densidad. Un hecho innegable es que de todas las manifestaciones que acompañan a la obesidad, la dislipidemia es el predictor más importante para el desarrollo de enfermedad cardiaca coronaria,3 la relación que existe entre las alteraciones de los lípidos y el riesgo de enfermedad coronaria fue reconocido desde hace más de 50 años, y mucho camino se ha recorrido en el contexto del conocimiento de la biología celular, fisiología y el control genético del metabolismo de los lípidos.

En este aspecto, la etiología de las alteraciones del metabolismo se torna de suma importancia, ya que aunque las causas pueden ser secundarias al estilo de vida (p. ej., una vida sedentaria y una dieta desbalanceada, también se ha reconocido que existen trastornos genéticos que producen alteraciones del metabolismo de las lipoproteínas que predisponen a enfermedad coronaria. Este hecho es importante porque el mejor conocimiento de la fisiopatología y patología molecular de las dislipidemias coadyuva al desarrollo de fármacos que ayudan a disminuir el riesgo de síndrome coronario agudo y muerte prematura en estos pacientes.

Los lípidos se encuentran en todo el organismo, gracias a sus características moleculares son vitales para la formación de las membranas celulares que, por un lado, sirven como barrera en cada célula y, a la vez, permiten la regulación de señales y del transporte entre el espacio intracelular y su microambiente. Los lípidos viajan en el torrente sanguíneo en forma de ácidos grasos y triglicéridos para proveer de energía a los músculos esquelético y cardiaco; las formas no nutritivas sirven de sustratos para la síntesis de hormonas en gónadas y glándulas suprarrenales—estas hormonas incluyen estrógenos, progesterona, andrógenos, aldosterona, glucocorticoides y vitamina D—, son secretados junto con los ácidos biliares, son la base del surfactante necesario para mantener la tensión de los alvéolos y forman la mielina que recubre los trayectos nerviosos. Los lípidos actúan también como blancos moleculares que inician y perpetúan cascadas de señalización para la formación de moléculas como ciclooxigenasa y prostaglandinas que actúan en el desarrollo del proceso inflamatorio, por último, también actúan como ligandos para receptores nucleares.4

Los lípidos se caracterizan por tener una estructura hidrofóbica con una cadena de carbón larga mediante la cual se asocia con otros tipos ...

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