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La glándula tiroides, a través de sus hormonas yodadas tiroxina (3,5,3',5'-tetrayodotironina, T4) y 3,5,3'-triyodotironina (T3), desempeña un importante papel morfogenético durante el desarrollo fetal y regula durante toda la vida numerosos procesos metabólicos1. Un ejemplo de las acciones morfogenéticas de sus hormonas yodadas en los mamíferos son sus efectos sobre el crecimiento somático y sobre la diferenciación y maduración del sistema nervioso central y, en los anfibios, el control de la metamorfosis. Regulan el consumo de oxígeno de la mayoría de las células del organismo e intervienen en el metabolismo de proteínas, lípidos e hidratos de carbono, de forma que no hay órgano o sistema en el que su presencia activa no sea necesaria para una función normal. Aunque la ablación de la glándula no vaya seguida de una muerte inmediata o rápida, como sucede cuando se extirpan las suprarrenales o las paratiroides, las hormonas tiroideas son necesarias para la vida, y cuando sus concentraciones se hacen indetectables en los tejidos puede sobrevenir un estado de coma mixedematoso irreversible.
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La función de la glándula tiroides está regulada principalmente por una hormona de la adenohipófisis, la tirotropina (TSH). Entre ambas glándulas existe un servocontrol negativo, cuyo punto de regulación (set point) está bajo control hipotalámico a través de la hormona liberadora de tirotropina (TRH); la síntesis y secreción de TRH están, a su vez, influidas negativamente por las hormonas yodadas de la glándula tiroides. Se regula así la secreción tiroidea de T4 y de T3. La glándula es la única fuente conocida de T4, que en condiciones normales es la hormona yodada que secreta mayoritariamente. Al menos en los mamíferos, incluido el hombre, la T3 secretada por la glándula representa sólo una parte pequeña de la T3 de que dispone el organismo. En su mayor parte ésta se forma en tejidos extratiroideos a partir de T4, mediante procesos que son ontogénica y metabólicamente regulables. Por tanto, la actividad hormonal no sólo se regula de forma central para todo el organismo, aumentando o disminuyendo la actividad secretora de la glándula tiroides a través del sistema hipotálamo-hipófiso-tiroideo, sino que también se regula de forma más fina y específica para cada tejido en función de las necesidades de los diferentes órganos y sistemas ante un cambio del medio interno o externo. Hay pruebas muy convincentes a favor de un importante papel de las hormonas tiroideas en el control de la expresión génica, para la que se requieren receptores nucleares específicos, aunque no se puedan excluir totalmente otros mecanismos de acción extranucleares. En la actualidad se considera que gran parte de los numerosos y variados efectos de las hormonas tiroideas son mediados por la unión de la T3 a receptores nucleares específicos, cuyos genes pertenecen a la misma superfamilia que los de los receptores de esteroides, vitamina D y ácido retinoico. En el caso de los efectos mediados por estos receptores nucleares, la T4 podría considerarse como prohormona, y ...