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Aunque el tratamiento de una infección siempre ha sido una parte integral de la práctica de los cirujanos, el cúmulo de conocimientos que llevó al campo actual de la enfermedad infecciosa quirúrgica derivó de la evolución de la teoría de los microorganismos y la antisepsia. La aplicación de esta última a la práctica clínica y el desarrollo de la anestesia fueron fundamentales para permitir a los cirujanos incrementar su repertorio para incluir procedimientos complejos que antes se acompañaban de tasas muy altas de morbilidad y mortalidad por infecciones posoperatorias. Sin embargo, hasta fecha reciente la ocurrencia de una infección relacionada con la herida quirúrgica era la regla en lugar de la excepción. De hecho, el desarrollo de modalidades para evitar y tratar con eficacia una infección se presentó en el transcurso de las últimas décadas.
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Varias observaciones de médicos e investigadores del siglo xix fueron esenciales para el conocimiento actual de la patogenia, prevención y tratamiento de infecciones quirúrgicas. En 1846, Ignaz Semmelweis, un médico magiar, hizo un posgrado en el Allgemein Krankenhaus, de Viena. Notó que la mortalidad por fiebre puerperal (“posparto”) era mucho más alta en la sala de enseñanza (1:11) que en la sala donde las parteras atendían a las pacientes cuando daban a luz (1:29). También observó como hecho interesante que las mujeres que parían antes de llegar a la sala de enseñanza tenían una tasa de mortalidad insignificante. La trágica muerte de un colega por una infección incontrolable después de arañarse con un cuchillo durante la necropsia de una mujer que murió de fiebre puerperal llevó a Semmelweis a observar que las alteraciones patológicas en su amigo eran idénticas a las de mujeres que morían de esta enfermedad posparto. Planteó la hipótesis de que la fiebre puerperal se debía al material pútrido transmitido de pacientes que morían de esa enfermedad al transportarse en los dedos de los estudiantes de medicina y de los médicos, que muchas veces pasaban del cuarto de necropsias a las salas. Semmelweis reconoció que la mortalidad baja observada en la sala de parteras se debía al hecho de que éstas no tenían relación alguna con las necropsias. Impulsado por el entusiasmo de su descubrimiento, colocó una nota en la puerta de la sala en la que solicitaba que todos los que proporcionaban cuidados se lavaran las manos minuciosamente con agua clorada antes de entrar al área. Esta simple medida redujo la mortalidad por fiebre puerperal a 1.5%, inferior al porcentaje de las parteras. En 1861 publicó su clásico trabajo sobre fiebre puerperal basado en registros de su práctica. Por desgracia, las autoridades de esa época no aceptaron bien las ideas de Semmelweis.1 Cada vez más frustrado por la indiferencia de los profesionales médicos, comenzó a escribir cartas abiertas a obstetras reconocidos en Europa y fue internado en un hospital para enfermos mentales por la preocupación de que estuviera perdiendo la razón. Murió poco después. Sus logros sólo ...