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INTRODUCCIÓN

La hipertensión crónica es una de las complicaciones graves más frecuentes que se presentan durante el embarazo. Esto no es sorprendente pues, según la National Health and Nutrition Examination Survey (NHANES) de los Centers for Disease Control and Prevention (2011), la prevalencia promedio de la hipertensión en mujeres de 18 a 39 años de edad es de cerca de 7%. La incidencia de la hipertensión crónica en el embarazo es variable y depende de las inconsistencias en la población. En un estudio de más de 56 millones de partos de la Nationwide Patient Sample, 1.8% de los nacimientos en 2007 y 2008 ocurrió en mujeres con hipertensión crónica (Bateman, 2012). La frecuencia fue 1.0% en más de 530 000 gestaciones unifetales en California en 2006 (Yanit, 2012). Según el American College of Obstetricians and Gynecologists (2012), la frecuencia puede ser de hasta 5%. A pesar de esta prevalencia sustancial, no se ha estudiado bien el tratamiento óptimo. Se sabe que la hipertensión crónica suele mejorar durante las primeras etapas del embarazo. Esto se acompaña de un comportamiento variable en una etapa más avanzada del embarazo y lo que es importante, del desarrollo imprevisible de preeclampsia superpuesta, que conlleva incrementos en los riesgos de morbilidad y mortalidad maternas y perinatales.

CONSIDERACIONES GENERALES

Para definir la hipertensión crónica, se debe establecer en primer lugar el intervalo de las cifras de presión arterial normal. Esto no es una tarea sencilla, como todas las variantes biológicas determinadas en forma poligénica, pues las normas para la presión arterial difieren entre las poblaciones. Además, dentro de estas normas, existen amplias variaciones entre los individuos. Por otra parte, también se encuentran muy influidas por múltiples factores epigenéticos. Por ejemplo, la presión arterial no sólo varía entre razas y género (sobre todo las sistólicas) sino que también aumenta de forma directa conforme se incrementa la edad y el peso corporal. Desde el punto de vista práctico, los adultos sanos tienen una amplia gama de presiones arteriales, tal como ocurre con quienes padecen hipertensión crónica.

Una vez que se reconocen estas variables, un aspecto importante a considerar en toda población son los riesgos concomitantes de la hipertensión crónica. Hay una tasa creciente de enfermedades cardiovasculares, vasculares cerebrales y renales que se presentan tras el incremento de las cifras entre presión arterial tanto diastólica como sistólica (Kotchen, 2012).

Definición y clasificación

Por los motivos antes señalados, parece lógico que la hipertensión crónica se defina como cierto grado de presión arterial sostenida que se acompaña de un aumento de los efectos secundarios agudos o a largo plazo. Durante muchos años en Estados Unidos, estos valores se basaron de manera principal en las tablas estadísticas elaboradas a partir de datos derivados de hombres adultos caucásicos, compilados por las compañías de seguros de vida. Estas “normas” descartaban factores interrelacionados como origen étnico y género, ...

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