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El choque cardiógeno es un estado agudo con gasto cardiaco bajo que produce perfusión insuficiente de los tejidos, a pesar del volumen circulante adecuado o excesivo. Se mantiene como la principal causa de muerte en pacientes con infarto agudo del miocardio (AMI, acute myocardial infarction) que llegan vivos al hospital. Es difícil confirmar su incidencia total exacta porque no se establece el diagnóstico en los sujetos que mueren antes de llegar al hospital. Sin embargo, para los que llegan vivos, la incidencia se aproxima al 6 a 8% y se ha mantenido constante durante los últimos 30 años.1-3 Durante el decenio pasado, una estrategia de revascularización temprana, ya sea por intervención coronaria percutánea o injerto para revascularización arterial coronaria, ha sido superior al tratamiento médico intensivo inicial.4-6 A pesar de estos avances, una vez que se diagnostica el choque cardiógeno, la mortalidad se mantiene elevada (~50%); la mitad de las muertes ocurren en las 48 h siguientes a la presentación.7-9
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Los factores de riesgo de choque cardiógeno se listan en el cuadro 54-1; a mayor número de ellos, mayor la cantidad de miocardio vulnerable y más alta la probabilidad del choque. La identificación temprana del riesgo elevado podría sugerir la necesidad de estrategias de reperfusión más agresivas a fin de prevenir el choque cardiógeno.
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La causa más frecuente de choque cardiógeno es el infarto miocárdico (MI) extenso con depresión consecuente de la contractilidad miocárdica. En el cuadro 54-2 se listan otras causas. Cualquiera que sea el motivo desencadenante, la mayor parte de los casos de choque cardiógeno se debe a falla de la bomba, lo que inicia un círculo vicioso de gasto cardiaco bajo, presión sanguínea (BP, blood pressure) baja e hipoperfusión arterial coronaria; se potencia así un descenso adicional de la contractilidad y el gasto cardiaco.
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