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Las transfusiones eficaces e inocuas de sangre se iniciaron entre principios y mediados del siglo xx cuando se elaboraron soluciones conservantes y se identificaron los grupos sanguíneos. Los avances continuos en esta técnica han incrementado los conocimientos sobre los riesgos y los beneficios de la transfusión de componentes hemáticos.1 Hoy día los productos utilizables son purificados, los cuales permiten la administración del factor o del componente preciso, lo que constituye una actividad frecuente. Pese a los grandes avances en la restitución de diversos factores y componentes de forma individual, todavía no se cuenta con un sustitutivo eficaz de la hemoglobina para utilizarla en clínica.2
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Las transfusiones en el servicio de urgencias se administran casi siempre por hemorragia y choque circulatorio. Conforme la atención médica sea cada vez más ambulatoria y los hospitales se encuentren cada vez más hacinados, quizá el médico de urgencias sea el encargado de suministrar las transfusiones ahora en el paciente hospitalizado. Los pacientes que necesitan una transfusión casi siempre se hospitalizan, lo cual no siempre es necesario. Las reacciones transfusionales más graves tienen lugar durante la transfusión; por ello, en general es seguro dar de alta al paciente una vez que concluye la transfusión, a menos que haya otra razón para prolongar la hospitalización. Los productos hemáticos existentes se obtienen en preparaciones estandarizadas o en “unidades” (cuadro 233-1).
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Las consecuencias de transfundir unidades incorrectas de un producto hematológico al paciente incorrecto pueden ser ...