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La cadera incluye una articulación diartrodial formada por la cabeza femoral y el acetábulo. Una cápsula fibrosa que rodea la articulación en toda su circunferencia es extraordinariamente potente. Se fija alrededor del acetábulo en sentido proximal y pasa por la línea intertrocantérica en sentido distal en la cara anterior. En sentido posterior casi llega a la cresta intertrocantérica y se inserta en el cuello del fémur. Es más débil en sentido posterior. La cabeza femoral se continúa con la diáfisis de ese hueso por el cuello con angulación oblicua, y con la intersección de la línea intertrocantérica formada por los trocánteres mayor y menor. La circulación sanguínea que llega a la cabeza del fémur proviene predominantemente de las arterias circunflejas interna y externa que forman un anillo o círculo extracapsular y se extienden al interior de la cápsula en el punto donde se inserta en la zona proximal del fémur. Algunos vasos menos importantes incluyen las arterias obturatriz y glútea y una contribución pequeña, que proviene de la arteria en el ligamento redondo.
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Las fracturas de la cadera se clasifican en: de la cabeza y el cuello femorales (intracapsulares), trocantéricas, intertrocantéricas y subtrocantéricas (extracapsulares) (figs. 270-1 y 270-2 y cuadro 270-1). El pronóstico para la consolidación satisfactoria y recuperación de la función normal varía notablemente con el tipo de fractura. La mayor parte de ellas se observan en sujetos de edad avanzada, osteoporosis o cualquier otra alteración ósea que sea consecuencia de una enfermedad de orden general. Las personas de menor edad muestran mayor propensión a presentar fracturas de la diáfisis femoral o luxación coxal como consecuencia de traumatismos de enorme potencia.
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