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VALORACIÓN DEL PACIENTE CON TRASTORNOS CUTÑNEOS
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La dificultad del examen de la piel radica en distinguir lo normal de lo anormal y los signos importantes de los triviales, así como en integrar los signos y síntomas pertinentes en un diagnóstico diferencial apropiado. El hecho de que el mayor órgano corporal resulte visible es a la vez una ventaja y un inconveniente para los que lo examinan. Es una ventaja porque no se necesita ningún instrumento especial aparte de una lupa y porque es posible tomar muestras para biopsia con pocas molestias. Sin embargo, el observador casual puede verse abrumado por una gran variedad de estímulos y pasar por alto importantes signos sutiles de enfermedades cutáneas o generalizadas. Por ejemplo, las desigualdades de color y forma, en ocasiones mínimas, que diferencian a un melanoma maligno (fig. 51-1) de un nevo pigmentario benigno (fig. 51-2) pueden ser difíciles de identificar. Con el fin de facilitar la interpretación de las lesiones cutáneas se han desarrollado diversos términos descriptivos para clasificarlas (cuadros 51-1 a 51-3; fig. 51-3) y para formular un diagnóstico diferencial (cuadro 51-4). Por ejemplo, la presencia de un gran número de pápulas descamativas, por lo general indicativa de una psoriasis o dermatitis atópica, sitúa al paciente en una categoría diagnóstica diferente de quienes presentan pápulas hemorrágicas, que suelen ser un signo de vasculitis o de sepsis (fig. 51-4 y 51-5, respectivamente). Es importante diferenciar entre lesiones cutáneas primarias y secundarias. Si el explorador se centra en las erosiones lineales que se extienden sobre una zona de eritema y descamación, puede suponer erróneamente que la erosión es la lesión primaria y que el eritema y la descamación son secundarios, aunque la interpretación correcta sería que el paciente padece una dermatitis eccematosa pruriginosa y las erosiones han sido producidas por el rascado.
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