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Gran parte de la exploración dermatológica se basa en la observación morfológica de las lesiones de la piel, por lo que el examen clínico permite distinguir la mayoría de las lesiones benignas y malignas. En el estudio de las lesiones pigmentadas, no sólo interesan su forma, tamaño, color y simetría para alcanzar el diagnóstico correcto, para ello se requiere una magnificación más allá de la observación a simple vista. Así, se recurre a la dermatoscopia, una técnica no invasiva realizada in vivo que permite examinar diversas lesiones cutáneas por medio de la incidencia de luz directa con un instrumento compuesto por un sistema de lentes y luz especializada con el que se logra que el estrato córneo se torne traslúcido y de esa forma disminuye la reflexión de los haces de luz; ello permite la visualización detallada de las estructuras que se localizan tanto en la epidermis como en la unión dermoepidérmica y la dermis superficial.1
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Además de magnificar la lesión, la dermatoscopia permite observar los estratos que componen la piel desde la epidermis hasta la dermis superficial. Por ello es importante recordar que la dermis posee propiedades ópticas que difieren de la epidermis: el coeficiente de absorción de la dermis no vascularizada es mucho más pequeño que su coeficiente de reflexión, que es el de mayor relevancia para el objetivo de la dermatoscopia.2 Lo anterior significa que el estrato córneo refleja cerca de 93 a 96% de los haces de luz incidentes en la superficie de la piel, mientras que los estratos subyacentes hacen lo mismo en menor cantidad (figura 2-1).3
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Principios de la inmersión
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El empleo de un vehículo de inmersión líquido reduce la cantidad de partículas de aire suspendidas sobre el estrato córneo y con ello reduce la reflexión de la piel al mínimo, lo que permite visualizar las estructuras más profundas de la piel (figura 2-2).
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Es por este principio que a lo largo de su historia la ...