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INTRODUCCIÓN

La enfermedad intestinal inflamatoria (IBD, inflammatory bowel disease) está representada por una variedad de trastornos intestinales inflamatorios, crónicos e idiopáticos. Produce síntomas gastrointestinales importantes como diarrea, dolor abdominal, hemorragia, anemia y pérdida de peso. También se acompaña de manifestaciones extraintestinales, como artritis, espondilitis anquilosante, colangitis esclerosante, uveítis, iritis, pioderma gangrenoso y eritema nodular.

Se acostumbra dividir la IBD en dos subtipos importantes: colitis ulcerosa y enfermedad de Crohn. La primera se caracteriza por inflamación confluente de la mucosa del colon que comienza en el borde del ano y que se extiende en dirección proximal hasta una distancia variable (p. ej., proctitis, colitis de lado izquierdo o pancolitis). La enfermedad de Crohn, en cambio, se caracteriza por inflamación transmural de cualquier parte del tubo digestivo, pero con más frecuencia de la zona adyacente a la válvula ileocecal. La inflamación en la enfermedad de Crohn no siempre es confluente y a menudo deja “zonas ilesas” de mucosa relativamente normal. El carácter transmural de la inflamación puede desencadenar fibrosis y estenosis o, también, formación de fístulas.

El tratamiento médico de la IBD es problemático. Puesto que no se ha identificado ninguna anomalía distintiva, el tratamiento actual de estos trastornos tiene como propósito atenuar la respuesta inflamatoria generalizada; sin embargo, no se puede confiar en ningún fármaco para esto y la respuesta de un paciente a un determinado fármaco puede ser limitada e imprevisible. De acuerdo con esta respuesta variable, los estudios clínicos por lo general utilizan valoraciones cuantitativas normalizadas de la eficacia que tienen en cuenta variables clínicas y de laboratorio (p. ej., el Crohn’s Disease Activity Index). La enfermedad también se caracteriza por fluctuaciones notables de la actividad (incluso sin tratamiento) que dan por resultado un “efecto placebo” importante en los tratamientos de prueba.

Las metas específicas de la farmacoterapia en la IBD comprenden el control de las exacerbaciones agudas de la enfermedad, el mantenimiento de la remisión y el tratamiento de complicaciones específicas como las fístulas. Fármacos específicos pueden ser más convenientes para uno u otro de estos propósitos (cuadro 47-1). Por ejemplo, los glucocorticoides siguen siendo el tratamiento de elección para las exacerbaciones moderadas a graves, pero son inadecuados para la aplicación a largo plazo debido a los efectos secundarios y a su incapacidad para mantener la remisión. Otros fármacos inmunodepresores, como la azatioprina, que necesitan varias semanas para alcanzar su efecto terapéutico, tienen una utilidad escasa en el contexto agudo pero se prefieren para el tratamiento a largo plazo.

Cuadro 47-1

Fármacos que se utilizan a menudo para tratar la enfermedad intestinal inflamatoria

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