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Los parásitos han estado presentes durante toda la historia del ser humano y el uso de remedios naturales para tratar estas infecciones se remonta a épocas antiguas. Los pueblos indígenas del Amazonas usaron por vez primera extractos de la corteza del árbol cinchona, que contenía quinina, para tratar a pacientes palúdicos hace cientos de años. En China, Ge Hong registró siglos atrás una receta para el tratamiento del paludismo con el uso de té de Qinghaosu. Con base en lo que ahora se sabe acerca de los aspectos químicos de estos productos naturales, la eficacia de ambos remedios tuvo una firme base bioquímica. Investigadores europeos trabajaron en la creación de nuevos (y a menudo muy tóxicos) tratamientos durante la segunda mitad del siglo XIX. Hacia 1930 se habían comercializado fármacos sintetizados químicamente para el tratamiento del paludismo, la tripanosomiasis y la esquistosomiasis.
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Los antiparasitarios figuran entre los primeros antimicrobianos.
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Pese a la introducción de antibióticos y al aumento explosivo del número y la variedad de los mismos, los medicamentos antiparasitarios se han quedado muy atrás. Casi todos los antibacterianos son ineficaces contra parásitos, que comparten características eucariotas de sus hospederos. Debido a la falta de alternativas más seguras, los quimioterápicos sintetizados durante la era previa a los antibióticos permanecieron como elementos cruciales del armamentario terapéutico del parasitólogo hasta hace muy poco tiempo. Casi todos requerían administración prolongada o parenteral, la eficacia de muchos se restringía a etapas particulares de la enfermedad, y la toxicidad de algunos exigió que el uso se limitara a enfermedades muy graves o que ponían en peligro la vida. Con el tiempo, y a un ritmo mucho más lento que el que se observó para los antibacterianos, se crearon antiparasitarios más nuevos que superaron muchos de estos problemas. Su número aún es limitado y hasta hace poco su seguridad y eficacia empezaron a equipararse con las de sus equivalentes antibacterianos.
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Los antiparasitarios más recientes tienen un espectro más amplio y son menos tóxicos.
En la actualidad hay una necesidad extrema de más fármacos.
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El uso de antiparasitarios y el desarrollo de los mismos han sido conformados en un grado importante por la confluencia de enfermedades parasitarias en áreas indigentes del mundo. Las medidas de salud pública basadas en la comunidad, dirigidas a interrumpir la transmisión de organismos patógenos, como el suministro de instalaciones sanitarias, abasto de agua limpia, y mosquiteros para cama tratados con insecticida, a menudo están más allá de los medios de presupuestos locales muy restringidos. En consecuencia, la principal carga de mitigar las repercusiones de las enfermedades parasitarias en áreas endémicas a menudo recae en funcionarios clínicos o trabajadores de salud comunitarios, quienes, al operar en condiciones remotas y con recursos insuficientes, deben examinar, diagnosticar y tratar a pacientes con quienes sólo tienen contacto fugaz. Dadas estas realidades, la terapia óptima para infecciones parasitarias exige fármacos eficaces en una dosis única, que se administren con facilidad, sean seguros como para surtirlos con supervisión médica limitada, económicos para que se usen ampliamente y planteen riesgo bajo de acelerar la resistencia a fármacos. Existen pocos medicamentos con esas características. Las compañías farmacéuticas, que encaran los enormes costos del desarrollo de fármacos y la aprobación de los mismos, se han mostrado renuentes a gastar capital que tienen pocas probabilidades de recuperar. Los socios públicos-privados, cofinanciados y operados por organizaciones filantrópicas, la industria y la academia, proporcionan un interesante nuevo modelo que puede dar lugar a la siguiente ola de tratamiento eficaz para infecciones parasitarias. En tanto la comunidad internacional no proporcione los recursos necesarios para el desarrollo de fármacos más idóneos, no se alcanzará el potencial pleno de la quimioterapia antiparasitaria.
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Los programas de tratamiento son difíciles de llevar a la práctica en economías subdesarrolladas.
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Con pocas excepciones, los antiparasitarios se han sintetizado de novo más que desarrollarse a partir de sustancias naturales. Casi todos son hasta cierto punto simples y a menudo contienen benceno u otras estructuras en anillo.
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Casi todos los antiparasitarios son sintéticos.
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Se cree que casi todos los fármacos antiprotozoarios interfieren con la síntesis de ácido nucleico o, con menor frecuencia, con el metabolismo de carbohidratos. Por otro lado, los antihelmínticos al parecer actúan alterando las vías glucolíticas o la función neuromuscular de los gusanos. El parásito y las células hospederas casi siempre tienen sitios blanco funcionalmente equivalentes. La toxicidad diferencial se alcanza mediante captación preferencial, la alteración metabólica del fármaco por el parásito, o diferencias de la susceptibilidad de sitios funcionalmente equivalentes en el parásito y el hospedero.
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La toxicidad diferencial se basa en factores de captación y metabólicos.
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Como ha sucedido con los antibacterianos, las repercusiones de muchos antiparasitarios han quedado comprometidas por la aparición de resistencia en el parásito. Esto parece haberse producido por mutación y selección ante uso intensivo del fármaco. Los mecanismos causales se han estudiado para sólo algunos parásitos, pero parecen relacionarse con captación reducida o flujo de salida aumentado del fármaco.
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La resistencia mutacional adquirida por lo general comprende captación reducida de fármaco.
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FÁRMACOS PARA TRATAR INFECCIONES POR PROTOZOARIOS
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Al igual que con las bacterias, ciertos protozoarios pueden ser perjudiciales en cualquier cantidad, y el objetivo del tratamiento por lo general es alcanzar una cura microbiológica completa. (Como se verá más adelante, esto es diferente de ciertos helmintos gastrointestinales.)
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Quinolinas antipalúdicas
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La corteza de Cinchona se usó en Europa para el tratamiento del paludismo a partir del siglo XVII. Su ingrediente activo es un alcaloide quinolina llamado quinina. La síntesis de quinolinas nuevas fue estimulada por la interrupción de los abastos de quinina durante la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial y, después de 1961, por las repercusiones crecientes del paludismo por Plasmodium falciparum resistente a fármacos en varias áreas del mundo. Entre los medicamentos más eficaces figuran los que comparten la estructura de doble anillo de la quinina.
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La quinina y los análogos de la quinolina son activos contra paludismo.
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Los análogos actuales caen dentro de tres grupos principales: 4-aminoquinolinas (entre ellos la cloroquina), 8-aminoquinolinas (como la primaquina) y 4-quinolinametanoles (incluyendo la mefloquina). Todos destruyen de manera selectiva parásitos intracelulares al acumularse en células hospederas parasitadas. Casi todos estos fármacos parecen inhibir la hem polimerasa, lo cual lleva a la acumulación de metabolitos de la hemoglobina tóxicos dentro del parásito del paludismo.
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Se acumulan en células parasitadas, bloquean el metabolismo del hem.
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La quinina, cloroquina y la mefloquina se concentran en eritrocitos parasitados, y destruyen rápido la etapa eritrocítica del parásito, de la cual dependen las manifestaciones clínicas del paludismo. De este modo, estos fármacos pueden usarse como profilácticos para suprimir enfermedad clínica si ocurre infección, o terapéutico para terminar un ataque agudo. No se concentran en células de tejido y, así, los microorganismos secuestrados en sitios exoeritrocíticos, sobre todo en el hígado, sobreviven y más tarde pueden restablecer infección eritrocítica y producir una recaída clínica. En contraste, la primaquina se acumula en células de tejido, destruye parásitos hepáticos y efectúa una cura “radical” completa.
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La quinina, las 4-aminoquinolinas (p. ej., cloroquina) y los 4-quinolinametanoles suprimen la infección palúdica en el eritrocito humano.
Las 8-aminoquinolinas (p. ej., primaquina) efectúan cura radical al tratar el hígado.
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Durante décadas, el fosfato de cloroquina fue el más usado de los fármacos esquizonticidas que actúan en la sangre. En las dosis usadas para profilaxis de paludismo a largo plazo estuvo libre de efectos adversos. Por desgracia, su uso muy intensivo llevó a resistencia difundida en Plasmodium falciparum, por lo que ya no se recomienda para la prevención o el tratamiento del paludismo por P. falciparum en casi todo el mundo (véase más adelante Resistencia). El fosfato de primaquina, la 8-aminoquinolina usada para erradicar parásitos hepáticos persistentes, genera efectos tóxicos relacionados con su actividad oxidante. La metahemoglobinemia y la anemia hemolítica son en particular frecuentes en pacientes con deficiencia de glucosa-6-fosfato deshidrogenasa, porque no pueden generar cantidades suficientes de la forma reducida de nicotinamida adenina dinucleótido para responder a este estrés oxidante. Es característico que la anemia sea grave en pacientes de ascendencia mediterránea y del Lejano Oriente, y leve en pacientes de ascendencia africana.
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La primaquina puede generar toxicidad hematológica.
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La quinina es la más antigua de las quinolonas y la más tóxica. En la actualidad se usa principalmente para tratar infección por cepas de P. falciparum resistentes a fármacos que se están propagando con rapidez por Asia, Latinoamérica y África. La quinidina, un isómero óptico de la quinina menos cardiotóxico, se encuentra más en Estados Unidos, y se prefiere en lugar de la quinina cuando se requiere administración parenteral. La mefloquina, un análogo de 4-quinolinametanol por vía oral, primero desplegó actividad alta contra casi todos los parásitos resistentes a cloroquina; sin embargo, cepas de P. falciparum resistentes a mefloquina ahora están diseminadas en el sudeste de Asia, y presentes en menor grado en Sudamérica y África. Las preocupaciones respecto a los efectos secundarios psiquiátricos de la mefloquina se han exagerado, pero constituyen otra razón para el uso en disminución de este medicamento.
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La quinina es activa contra muchas cepas de Plasmodium resistentes a cloroquina.
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Los metanoles fenantreno no son análogos de la quinina en sentido estricto, pero son estructuralmente similares a este grupo de fármacos y, junto con ellos, durante la Segunda Guerra Mundial se descubrió que tienen actividad antipalúdica. La halofantrina,* la más eficaz del grupo, es un esquizonticida sanguíneo eficaz contra cepas de P. falciparum tanto sensibles como resistentes a múltiples fármacos, pero debido a casos raros de arritmias cardiacas mortales, no se encuentra disponible en Estados Unidos. Un fármaco relacionado, la lumefantrina, es mucho más seguro, pero es poco fiable cuando se dosifica solo. Siempre se administra como una coformulación con artemisininas (véase más adelante).
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Los metanoles fenantreno son activos contra Plasmodium resistente a múltiples fármacos.
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Qinghaosu (artemisinins)
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Este extracto natural de la planta Artemisia annua (qing hao, ajenjo dulce) es un peróxido lactona sesquiterpeno que difiere estructuralmente de todos los otros compuestos antiparasitarios conocidos. Los extractos de qing hao se recomendaron para el tratamiento de fiebres en China en una época tan antigua como 341 d. C.; su actividad antipalúdica específica fue definida por investigadores chinos en 1971. Si bien también se ha mostrado que el qinghaosu es activo contra la ameba de vida libre Naegleria fowleri y varios trematodos, entre ellos Schistosoma japonicum, S. mansoni y Clonorchis sinensis, su mayor repercusión hasta la fecha ha sido en el tratamiento del paludismo. Investigaciones extensas mostraron que es esquizonticida para cepas de P. falciparum tanto sensibles a la cloroquina como resistentes a la misma. Varios derivados, entre ellos el arteméter y el artesunato, son significativamente más activos que el compuesto original. Todos se concentran en eritrocitos parasitados, donde descomponen y liberan radicales libres, que se cree dañan membranas del parásito. Los compuestos artemisinina actúan con mayor rapidez que otros antipalúdicos; suspenden el desarrollo del parásito y evitan la citoadherencia en el paludismo por P. falciparum. Debido a su vida media relativamente breve, deben administrarse en coformulaciones con fármacos de acción más prolongada, como la lumefantrina. Esta “terapia con artemisinina combinada (ACT)” es tan segura y eficaz que se ha convertido en el estándar de cuidado para el tratamiento de paludismo agudo en todo el mundo. Por desgracia, ya se ha detectado resistencia, en especial entre aislados de P. falciparum en la frontera entre Tailandia y Myanmar. Si bien se ha notado depresión de los recuentos de reticulocitos, estos fármacos parecen menos tóxicos que los antipalúdicos quinolina. Debido a cierta evidencia de que pueden ser teratogénicos, deben evitarse durante el embarazo. Note que pueden administrarse por vía oral, rectal (en supositorios) o parenteral.
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Derivado de plantas activo contra paludismo, amebas y Schistosoma.
Se concentra en eritrocitos parasitados.
La ACT ahora es el mejor tratamiento para paludismo por P. falciparum.
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La atovacuona es una nueva hidroxinaftoquinona que se muestra promisoria en el tratamiento del paludismo y la toxoplasmosis. Su actividad antiparasitaria parece depender de bloqueo específico de la biosíntesis de pirimidina, secundario a la inhibición de la cadena de transporte de electrones mitocondrial del parásito.
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En estudios de eficacia se estableció su capacidad para eliminar rápido la parasitemia en pacientes con paludismo por P. falciparum resistente a cloroquina. Las recrudescencias parasitarias frecuentes se eliminaron cuando la atovacuona se administró en combinación con el antagonista de folato proguanil (véase más adelante). Esta coformulación (Malarone) es popular en la profilaxis de paludismo porque es eficaz y se tolera bien —aun así, al igual que la mefloquina, no protegerá contra infección hepática por paludismo—. Después se mostró que este fármaco es eficaz para el tratamiento de toxoplasmosis en pacientes con síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida). A diferencia de otros fármacos contra toxoplasma, se ha encontrado que la atovacuona es activa contra quistes, así como contra taquizoítos, de Toxoplasma gondii, lo que sugiere que puede producir cura radical. Apoya esto la poca frecuencia con la cual el cese del tratamiento con atovacuona de cerebritis toxoplásmica en pacientes con sida ha dado lugar a recaída. La recaída después de tratamiento con atovacuona de infección por el hongo Pneumocystis jirovecii en esta misma población de pacientes parece poco común.
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La atovacuona es estable y activa contra paludismo y toxoplasmosis.
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Antagonistas del folato
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El ácido fólico es una coenzima crucial para la síntesis de purinas y finalmente de DNA. En protozoarios, al igual que en bacterias, la forma activa de ácido fólico se produce in vivo mediante un proceso simple de dos pasos. El primero, la conversión de ácido para-aminobenzoico en ácido dihidrofólico, es bloqueado por las sulfonamidas. El segundo paso, la transformación de ácido dihidrofólico en ácido tetrahidrofólico, es inhibida por análogos del ácido fólico (antagonistas del folato), que inhiben de manera competitiva la dihidrofolato reductasa. Usados junto con sulfonamidas, los antagonistas del folato son inhibidores muy eficaces del crecimiento de protozoarios.
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La sulfonamida y los antagonistas del folato inhiben protozoarios.
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El trimetoprim, un inhibidor de la dihidrofolato reductasa, se usa en combinación con sulfametoxazol para tratar toxoplasmosis. Otro antagonista del folato, la pirimetamina, tiene afinidad alta por la dihidrofolato reductasa de esporozoos, y ha sido eficaz, cuando se usa con una sulfonamida, en el manejo de paludismo clínico y toxoplasmosis. Un tercer antagonista del folato, el proguanil, se toma en combinación con atovacuona para la profilaxis de paludismo. La resistencia adquirida de protozoarios a las sulfonamidas coformuladas con antagonistas del folato ha disminuido mucho su eficacia para la prevención de paludismo y el tratamiento del mismo.
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Las sulfonamidas son eficaces en infecciones por Toxoplasma.
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Los antagonistas del folato pueden causar deficiencia de folato en individuos con reservas limitadas de folato, como recién nacidos, embarazadas y personas con malnutrición. Esto despierta mayor preocupación cuando se usan dosis grandes durante periodos prolongados, como en el tratamiento de toxoplasmosis aguda. Cuando se usan antagonistas del folato con sulfonamidas puede observarse toda la variedad de efectos tóxicos de la sulfonamida. Los pacientes con sida parecen sufrir una incidencia extraordinariamente alta de efectos secundarios tóxicos del trimetoprim sulfametoxazol.
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Durante el tratamiento pueden ocurrir deficiencia de folato y toxicidades por sulfonamida.
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El metronidazol, un nitroimidazol, fue introducido en 1959 para el tratamiento de tricomoniasis. Después se encontró que es eficaz en el manejo de giardiasis, amebiasis y diversas infecciones producidas por bacterias anaerobias obligadas. El metabolismo de energía en todas ellas depende de la presencia de compuestos con potencial de óxido-reducción bajo, como ferredoxina, para que sirvan como transportadores de electrones. Estos compuestos reducen el grupo 5-nitro de los imidazoles para producir productos intermedios de los cuales depende la muerte del protozoario y de células bacterianas, quizá por alquilación de DNA. Aunque ha sido poco común, se ha observado resistencia en las cepas de Trichomonas vaginalis que carecen de actividad de nitrorreductasa. Los efectos secundarios son náuseas, disgeusia (alteración del sentido del gusto) y neuropatía periférica.
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El tinidazol, un nitroimidazol más nuevo, parece ser un fármaco antiprotozoario más eficaz y que se tolera mejor. Su mayor liposolubilidad mejora la concentración en el líquido cefalorraquídeo y la actividad in vitro. Uno u otro fármaco puede usarse para tricomoniasis, amebiasis invasiva y giardiasis.
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Activo contra protozoarios a potencial de óxido-reducción bajo.
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Eflornitina (difluorometilornitina)
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La eflornitina es un inhibidor irreversible, activado por enzima, específico, de la ornitina descarboxilasa (ODC). En las células de mamífero, la descarboxilación de la ornitina por la ODC es un paso indispensable en la síntesis de poliaminas, compuestos que se cree desempeñan papeles cruciales en la división y la diferenciación celulares. Originalmente desarrollada como un fármaco antineoplásico, la eflornitina resultó ser ineficaz en estudios sobre quimioterapia de cáncer. También se comercializó como un agente depilatorio (contra el crecimiento de pelo) tópico. Con el descubrimiento de que las poliaminas de especies de Trypanosoma también se sintetizan a partir de la ornitina, la eflornitina se probó con éxito en el tratamiento de tripanosomiasis animal. Se ha usado para tratar casos avanzados de enfermedad del sueño del oeste de África de humanos debida a T. brucei gambiense. No obstante, es ineficaz contra T. brucei rhodesiense, que es más virulenta; se dosifica por vía intravenosa, y sigue siendo costosa. La eflornitina parece ser citostática, y requiere un sistema inmunitario del hospedero intacto para que surta efecto máximo.
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Originalmente un fármaco contra el cáncer.
Es activa contra la enfermedad del sueño del oeste de África.
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El arsénico y los compuestos antimoniales se han usado desde la antigüedad. Forman complejos estables con compuestos de azufre, y probablemente ejercen sus efectos biológicos al unirse a grupos sulfhidrilo (–SH). Son tóxicos para el hospedero, así como para el parásito, y tienen mayores repercusiones sobre células metabólicamente activas, como células neuronales, de los túbulos renales, del epitelio intestinal y células madre de la médula ósea. Su toxicidad y valor terapéutico diferenciales se deben a la captación aumentada por el parásito y a su intensa actividad metabólica. Sin embargo, persiste toxicidad importante para el hospedero. Ahora sólo un compuesto arsenical trivalente, el melarsoprol (Mel B), se usa para tratar tripanosomiasis africana del sistema nervioso central, debido a su penetración de la barrera hematoencefálica. Debido a su toxicidad, incluso una probabilidad de alrededor de 10% de envenenamiento mortal por arsénico, sólo se usa cuando el tratamiento con fármacos menos tóxicos ha fracasado, o cuando hay afección del sistema nervioso central. Hay una gran necesidad de fármacos más seguros para tratar esta enfermedad mortal.
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El arsénico y los compuestos antimoniales inactivan grupos –SH.
Algo de toxicidad diferencial se basa en captación aumentada por el parásito, pero aún es muy tóxico para humanos.
El melarsoprol tiene actividad contra todas las etapas de Trypanosoma pero es muy tóxico.
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Los antimoniales ahora se restringen al manejo de infecciones por Leishmania. Dos compuestos pentavalentes, el estibogluconato de sodio y el antimoniato de meglumina,* se usan para tratar todas las formas de leishmaniasis. En la enfermedad diseminada se requiere terapia prolongada, y suele haber recaídas. En pacientes con leishmaniasis cutánea localizada la curación se logra con un periodo de tratamiento relativamente breve. Los efectos secundarios tóxicos son similares a los de los arsenicales, aunque menos graves. La leishmaniasis visceral se trata con formulaciones de anfotericina-lípido por vía intravenosa, que se consideran medicamentos antimicóticos. Estos fármacos también se están usando con mayor frecuencia en el tratamiento de leishmaniasis cutánea, en la cual a menudo son eficaces y se toleran mejor que los antimoniales.
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Los antimoniales sólo se usan para infecciones por Leishmania.
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FÁRMACOS PARA TRATAR INFECCIONES POR HELMINTOS
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El método para el tratamiento de casi todas las infecciones por gusanos difiere del que se aplica a infecciones por procariotos o protozoarios. Los helmintos, con algunas excepciones, no se multiplican dentro del hospedero humano, y para que haya infecciones graves se requiere que haya adquisición repetida de gusanos infecciosos. Despierta interés que la intensidad de la carga gastrointestinal de gusanos no sigue una distribución normal en poblaciones humanas. La mayoría de las personas infectadas alberga menos de una docena de gusanos adultos, y una pequeña minoría alberga números muy grandes de gusanos. Dado que hay una correlación directa entre la carga de gusanos y la enfermedad clínica, sólo esta minoría sufre morbilidad importante. Concentrar el tratamiento en los pocos pacientes que presentan enfermedad clínica podría moderar las repercusiones médicas de una enfermedad helmíntica sobre la comunidad a un costo más bajo que el que se requiere para tratamiento masivo. Más aún, por lo general es innecesario erradicar todos los gusanos gastrointestinales de los pacientes tratados; un decremento importante de la carga de gusanos puede ser suficiente para aliviar los síntomas clínicos. Esto a menudo puede lograrse con dosis subcurativas durante periodos breves que reducen más el costo y minimizan la probabilidad de toxicidad farmacológica. Dado que este método puede disminuir la carga de gusanos en la comunidad total, el número de progenie de gusanos liberado hacia el ambiente se reduce de manera similar, y la transmisión de la enfermedad se lentifica o —rara vez— se elimina por completo. La resistencia a antihelmínticos es una verdadera preocupación, aunque hasta la fecha esto rara vez se ha demostrado.
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Para gusanos gastrointestinales, los esfuerzos de tratamiento deben concentrarse en los individuos que tienen una población más alta de parásitos.
El objetivo es reducir la carga de gusanos, no la erradicación sostenida.
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Como su nombre lo indica, la estructura básica de los benzimidazoles consta de anillos imidazol y benceno enlazados. A diferencia de sus primos antiprotozoarios antes comentados, los benzimidazoles son antihelmínticos de amplio espectro. El fármaco prototipo, el tiabendazol, actúa contra nematodos adultos y contra estados larvarios de nematodos. Poco después de su introducción a principios de la década de 1960-1969 se mostró que es útil en el manejo de larva migrans cutánea, triquinosis y casi todas las infecciones intestinales por nematodos. El mecanismo por el cual ejerce su acción antihelmíntica es incierto. Se sabe que inhibe la fumarato reductasa, una importante enzima mitocondrial de helmintos. No obstante, el modo de acción primario quizá se derive de la capacidad conocida de todos los benzimidazoles para inhibir la polimerización de tubulina, la proteína citoesquelética eucariota. Los efectos secundarios leves se relacionan con el tracto gastrointestinal o el hígado, y se resuelven con rapidez cuando se suspende el fármaco. Pueden ocurrir reacciones de hipersensibilidad, inducidas por el fármaco o por antígenos liberados a partir del parásito dañado.
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Antihelmínticos de amplio espectro.
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El mebendazol, un benzimidazol carbamato introducido en 1972, tiene un espectro similar al del tiabendazol, pero se ha encontrado que también es eficaz contra varios cestodos, incluso Taenia, Hymenolepis y Echinococcus. Se une de manera irreversible a tubulina de gusano, lo que interfiere así con el montaje de microtúbulos citoplasmáticos, estructuras esenciales para la captación de glucosa. Esto da por resultado agotamiento de glucógeno, cese de formación de ATP, y parálisis de gusanos o muerte de los mismos. A diferencia del tiabendazol, el mebendazol no se absorbe bien a partir del tracto gastrointestinal, y tal vez deba a su concentración alta en el intestino humano parte de su eficacia contra gusanos adultos que residen en el intestino. No parece afectar el metabolismo de la glucosa en seres humanos, y la toxicidad es poco común. Se han observado efectos teratogénicos en animales de experimentación; su uso en lactantes y en embarazadas está relativamente contraindicado.
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El mebendazol bloquea la captación de glucosa por gusanos adultos y por etapas larvarias.
Interfiere con la tubulina y con los microtúbulos citoplasmáticos.
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El albendazol es un benzimidazol carbamato que se absorbe más y, así, tiene un espectro un poco más amplio que el de su familiar cercano, el mebendazol, incluso más actividad contra Strongyloides stercoralis y varios nematodos de tejido. Además de las propiedades vermicidas y larvicidas que comparte con otros benzimidazoles, es ovicida, lo que aumenta su eficacia en infecciones por cestodos tisulares, como la equinococosis y la cisticercosis. Su actividad contra Giardia, uno de los protozoarios intestinales más comunes, hace que sea atractivo para el tratamiento de poliparasitismo. Si bien comparte el potencial teratogénico de otros benzimidazoles, por lo demás se tolera muy bien. La terapia con dosis única es eficaz en el manejo de muchas infecciones por nematodos intestinales.
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Las avermectinas son lactonas macrocíclicas producidas como productos de fermentación de Streptomyces avermitilis. Estructuralmente similares a los antibióticos macrólidos, son eficaces a concentración baja contra una amplia variedad de nematodos y artrópodos. Las avermectinas parecen inducir parálisis neuromuscular al actuar sobre un receptor del neurotransmisor periférico del parásito, ácido γ-aminobutírico (GABA). En mamíferos, el GABA está confinado al sistema nervioso central y, dado que las avermectinas no cruzan la barrera hematoencefálica en concentración importante, no parecen producir efectos adversos importantes en el hospedero mamífero. La ivermectina, un derivado de la avermectina B1, originalmente se desarrolló y comercializó como desparasitante para caballos. Sin embargo, su efecto sobre la salud del humano ha sido enorme. En la actualidad es el mejor fármaco para el tratamiento de oncocercosis y la supresión de la misma, y se dosifica a una escala masiva para ese propósito en el oeste de África. También es eficaz en el tratamiento de estrongiloidiasis, filariasis y ciertas infecciones gastrointestinales por helmintos, entre otras. También tiene actividad contra ectoparásitos, lo que hace que sea útil en el tratamiento de síndromes comunes, como piojos de la cabeza y escabiasis.
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Antibióticos que influyen sobre los neurotransmisores de nematodos.
Actividad contra filarias.
La ivermectina se dosifica a escala masiva para el tratamiento de oncocercosis.
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El praziquantel, una pirazinoisoquinolina heterocíclica, es un antihelmíntico importante, eficaz contra una amplia variedad de cestodos y trematodos, muchos de los cuales tienen poca capacidad de respuesta a fármacos previamente disponibles. Se administra en una a tres dosis. El fármaco es captado rápido por helmintos susceptibles, en los cuales parece inducir la pérdida de calcio intracelular, contracción muscular tetánica y destrucción del tegumento. La toxicidad diferencial de este fármaco quizá se relacione con la incapacidad de los gusanos susceptibles para metabolizarlo. Además de síntomas gastrointestinales leves y transitorios, el praziquantel parece estar notoriamente libre de efectos secundarios en humanos. En la actualidad es el mejor fármaco para el tratamiento de esquistosomiasis, clonorquiasis y opistorquiasis. Se ha demostrado buena actividad contra otras infecciones comunes por trematodos y cestodos. Su seguridad alta sugiere que quizá desempeñe un papel importante en las futuras campañas de terapia masiva mundiales.
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Causa pérdida del calcio intracelular en cestodos y trematodos.
La seguridad del praziquantel quizá permita el uso en campañas de terapia masivas.
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Otros antiparasitarios
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En el cuadro 50-1 se listan otros antiparasitarios usados en la terapia, sus propiedades y sus usos clínicos.
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RESISTENCIA A ANTIPARASITARIOS
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El principal problema con la resistencia a antiparasitarios se relaciona con especies de Plasmodium, específicamente P. falciparum. Este problema está difundido en todo África subsahariana, Asia y Latinoamérica, pero también ha aparecido resistencia en otras áreas. La resistencia más común es la resistencia a la cloroquina, donde el parásito reduce la cantidad de fármaco que se acumula en sus vacuolas digestivas. Esto comprende mutaciones en una molécula de transporte de la membrana digestiva llamada PfCRT (transportador de resistencia a cloroquina de P. falciparum). Esta mutación ahora es la regla, más que la excepción, y la cloroquina sólo es eficaz con fiabilidad aceptable contra P. falciparum en áreas del norte de Latinoamérica. De modo similar, otras mutaciones puntuales del parásito pueden dar lugar a resistencia a sulfadoxina-pirimetamina y a atovacuona-proguanil (esta última por mutaciones en el gen que codifica para el citocromo b) y susceptibilidad reducida a la mefloquina, quinina y quinidina.
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La resistencia de Plasmodium falciparum es un problema importante.
Suele estar asociada la mutación de PfCRT.
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La resistencia de helmintos a fármacos antiparasitarios ha sido una preocupación menor, aunque esto puede deberse al uso relativamente más bajo de esta clase de fármacos, así como a los ciclos reproductivos más prolongados y más complejos de los helmintos. A medida que se usen antihelmínticos más ampliamente y con mayor intensidad, hay razones para creer que —a la larga—pueden seleccionarse poblaciones resistentes.