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Introducción

El cáncer es una anomalía que se observa en los seres vivos multicelulares. En éstos, los procesos de crecimiento, división y diferenciación se regulan por la interacción estructural y funcional de cada unidad para lograr un desarrollo coordinado del organismo. Las células normales crecen, se dividen y mueren de manera secuencial. Los mecanismos de control del crecimiento y división celulares son diversos; uno de los más importantes depende de la expresión de los genes en el núcleo de las células. El cáncer se desarrolla cuando una célula escapa al control del crecimiento, proliferación y muerte y, como resultado, se divide y prolifera de manera anormal. Esta célula da lugar a millones de células, también alteradas, que conforman un tumor maligno.

Las células cancerosas pierden su dependencia de los factores de crecimiento y con ello adquieren autonomía respecto al microambiente que las rodea, lo que en otras palabras significa que se multiplican sin sujeción a señales externas. También dejan de estar subordinadas a una localización, por ejemplo en una superficie sólida, y desarrollan movilidad y desplazamiento. Las células transformadas no responden a las señales que, en condiciones normales, conducirían a su muerte después de cierto número de divisiones, por lo que se perpetúan de modo indefinido. La combinación de su capacidad de dividirse sin control y la perpetuación le confieren una enorme probabilidad de transformarse en maligna.

Otra propiedad de las células cancerosas es que reducen los mecanismos inhibidores de la proliferación, que en células normales se activan en cuanto dos o más células entran en contacto. Las células malignas tienden a perder esa inhibición por contacto, y por tanto crecen con invasión de los tejidos adyacentes.1 Casi siempre, las células que pierden este control forman tumores. Las neoplasias invaden los tejidos circundantes y pueden alcanzar los vasos sanguíneos o linfáticos. A continuación migran y se establecen en diferentes partes del cuerpo, donde dan lugar a la formación de un nuevo tumor denominado metástasis.1

Todos estos cambios son consecuencia de la disfunción de ciertos grupos génicos: oncogenes, genes supresores de tumores y genes de reparación del DNA. Los primeros desempeñan una función esencial en las células normales al promover su proliferación. Se activan en las primeras etapas del desarrollo embrionario y su función se atenúa con posterioridad.2 Cuando los oncogenes se alteran en su estructura o expresión, mantienen una activación sostenida, en la cual ya no se necesitan estímulos específicos para conservar la progresión del ciclo celular, con lo que la célula incrementa su tasa de proliferación y transfiere esas características a las células hijas. Un oncogén requiere tan sólo una mutación para contribuir al desarrollo del tumor; puede afirmarse que actúa de manera dominante.2

Los genes supresores de tumores ejercen un control negativo sobre la proliferación de células normales, sea al detener la progresión del ciclo celular o al activar vías que posibiliten la muerte ...

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