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Introducción

Los tratamientos contra el cáncer existen desde inicios de la civilización, con prescripciones médicas del padecimiento alrededor del año 2000 a.C., efectuadas por sumerios, chinos, persas, indios y egipcios.1 Los primeros esfuerzos por contrarrestar la enfermedad sin cirugía se pusieron en práctica por medio de ungüentos, emplastos, polvos, aguas minerales, vino y tónicos herbales. En la actualidad la quimioterapia convencional aún se dirige a macromoléculas y enzimas, pero no discrimina entre división normal celular acelerada (médula ósea o tracto gastrointestinal) y células tumorales, y su toxicidad está relacionada a sus mecanismos inespecíficos de acción. Por lo general induce respuestas parciales y temporales (en particular en tumores sólidos, donde las respuestas completas son la excepción y no la regla, en la gran mayoría de los casos).2

El tratamiento tradicional del cáncer se basa en agentes quimioterápicos que son citotóxicos, y frecuentemente citostáticos. Los eventos de citotoxicidad alteran la mitosis y son consecuencia de efectos de los medicamentos en la síntesis y reparación del DNA. El conocimiento y la identificación de mecanismos genéticos, epigenéticos y moleculares subyacentes a la carcinogénesis, diferenciación y crecimiento tumoral, inmortalización celular, angiogénesis, invasión y metástasis han representado la piedra angular del desarrollo de las nuevas terapias específicas.3

Los científicos han querido encontrar las "balas mágicas", desde el inicio de la concepción de la quimioterapia, que se definieron como un grupo de anticuerpos dirigidos a antígenos tumorales que permitan luchar contra el cáncer.4 En 1960 se identificó al cromosoma Philadelphia en la leucemia mieloide crónica (LMC); que se caracteriza por exceso de producción de células blancas inmaduras. Y se tuvo la primera evidencia de defectos genéticos asociados a mecanismos específicos de crecimiento tumoral.

La traslocación recíproca de cromosomas [t(9;22) (q34;q 11)], causante del cromosoma Philadelphia, crea una proteína híbrida activa en su constitución tras la unión de puntos de rotura (Bcr-Abl) con actividad enzimática de cinasa de tirosina (TK por sus siglas en inglés) y tras años de investigación, con la tarea fundamental de desactivar la cinasa anormal (Bcr-Abl), se logra este objetivo, con el inhibidor selectivo mesilato de imatinib, que por fortuna condujera a un tratamiento efectivo en individuos con LMC.5

Activación de las cinasas de tirosina en el cáncer

El genoma humano contiene aproximadamente 90 cinasas de tirosina y 43 genes tipo cinasas de tirosina, los productos de éstas regulan la proliferación, supervivencia, diferenciación, función y motilidad celular. De manera general estas proteínas tipo cinasa de tirosina son enzimas que catalizan la transferencia de un fosfato del ATP a residuos de tirosina y de esta forma rige a las células en sus diferentes funciones. Las cinasas de tirosina se encuentran divididas en dos clases principales, en primer lugar los receptores cinasa de tirosina y los no receptores.

Los receptores tipo TK son proteínas trasmembrana con un dominio extracelular de unión a ligando ...

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