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En el decenio de 1950, comenzó el desarrollo galénico de los antipsicóticos típicos, que han sido eficaces contra los signos positivos de las psicosis (como delirios y alucinaciones organizadas, pensamiento desorganizado), pero no han erradicado los signos negativos (como la falta de voluntad, la alogia, el retraimiento social). Además, innumerables efectos adversos propios de tales compuestos hicieron que la colaboración por parte del paciente fuese muy deficiente. Desde el decenio de 1990, se ha contado con la segunda generación, los llamados antipsicóticos atípicos, que se caracterizan por sus efectos extrapiramidales mínimos si se administran en dosis eficaces, y su actividad contra los signos negativos de la esquizofrenia (cuadro 180-1). Están en fase de perfeccionamiento los medicamentos de tercera generación, para llevar al mínimo las reacciones adversas que se han observado con los productos de la primera y la segunda generaciones.
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Al principio, se reconoció a los antipsicóticos como tranquilizantes mayores, por su capacidad para calmar a los pacientes, pero puesto que no son simplemente sedantes, el término es inapropiado. Estos fármacos también se denominaron neurolépticos, lo cual hace referencia a su capacidad de tornar lento el movimiento. Al contar con los antipsicóticos atípicos, se hizo claro que las propiedades antipsicóticas y neurolépticas no son paralelas por necesidad. Por esta razón, el término preferido es antipsicóticos. Aunque antipsicótico es una palabra útil, estos fármacos a veces se administran para tratar otras entidades patológicas, como agitación, náusea y vómito, varios tipos de cefalea; y para suprimir el hipo y controlar diversos trastornos motores involuntarios, como el síndrome de Tourette, la corea de Huntington y los trastornos de ganglios basales.
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A nivel mundial, se dispone de más de 50 antipsicóticos. Es difícil clasificarlos con base en su estructura, y un método más útil es definirlos con arreglo a sus características de unión relativa con receptores (cuadro 180-2).1 En la sobredosis, la toxicidad clínica es principalmente un efecto exagerado de la actividad farmacológica.
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