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Desde el punto de vista histórico, los efectos tóxicos de los barbitúricos se han vinculado con el máximo riesgo de morbilidad y mortalidad entre todos los sedantes-hipnóticos. Estos fármacos siguen siendo la categoría más común de antiepilépticos1 utilizados en países en desarrollo, pero su empleo ha disminuido ante la introducción de sedantes-hipnóticos más seguros y menos tóxicos, como las benzodiazepinas y los anticonvulsivos de segunda generación.1 Hoy en día, casi siempre se tratan con base en benzodiazepinas cuadros clínicos como el estado epiléptico,2 los síndromes graves de abstinencia de etanol y sedantes,3,5 y las convulsiones de origen tóxico,6 aunque los barbitúricos aún son útiles como productos de segunda elección. Todavía se les administra en combinación (como el butalbital) o solos (como el secobarbital) para tratar las cefaleas tensionales o migrañosas,7,8 a pesar de la falta de certeza de la eficacia de una o de otra modalidad.9 Los barbitúricos se usan en la farmacoterapia de la hipertensión intracraneal resistente, por lesión encefálica focal y difusa, pero son muy pocas las pruebas de que mejoran los resultados.10
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Por lo general, los barbitúricos se clasifican según su duración de acción, que depende principalmente de su solubilidad y la resultante distribución en los tejidos y no de su semivida de eliminación (cuadro 182-1).
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Estos fármacos se distribuyen con rapidez en todo el cuerpo a casi todos los tejidos, cruzan la barrera hematoencefálica y la placenta y se excretan por la leche materna. Las concentraciones sanguíneas en el feto reflejan las concentraciones plasmáticas ...