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El trasplante hepático, que es la sustitución del hígado original enfermo por un órgano sano (aloinjerto), ha progresado de ser un procedimiento experimental que se realizaba en individuos muy graves hasta una técnica que salva la vida y que se practica mucho antes de la evolución a hepatopatía terminal. La modalidad más avanzada en términos técnicos y la preferida es el trasplante ortotópico: se extrae el órgano original y se coloca el donado en el mismo sitio anatómico. Al inicio, lo realizó en la década de 1960 Thomas Starzl en la University of Colorado y más tarde en la University of Pittsburgh y luego Roy Calne en Cambridge, Inglaterra; el trasplante hepático se efectúa de manera sistemática en todo el mundo. Los buenos resultados, medidos por la supervivencia anual, han mejorado de casi 30% en la década de 1970 a >90% hoy en día. Estas posibilidades mayores de prolongar la vida fueron consecuencia de depuraciones de la técnica operatoria, mejoría en la obtención y conservación de órganos, progresos en el tratamiento inmunodepresor y, quizá de mayor trascendencia, la selección del paciente y el momento de la intervención. A pesar de la morbilidad y la mortalidad perioperatorias y los aspectos técnicos y asistenciales del método y sus costos, el trasplante de hígado se ha vuelto el procedimiento de elección en individuos elegibles cuya hepatopatía aguda o crónica es progresiva y letal y que no mejora con tratamiento médico. Con base en el éxito actual, el número de trasplantes hepáticos se ha incrementado cada año; en 2017, 8 082 pacientes recibieron aloinjertos hepáticos en Estados Unidos. Aun así, la demanda de hígados todavía rebasa la disponibilidad. En 2018, había 13 925 pacientes en la lista de espera de trasplante hepático en Estados Unidos. En reacción a esta escasez de órganos, muchos centros de trasplante han comenzado a complementar el injerto de hígado obtenido de cadáver con el injerto de un órgano de donador vivo.
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Los prospectos potenciales para trasplante hepático son niños y adultos que, en ausencia de contraindicaciones (véase adelante), sufren una enfermedad hepática grave e irreversible para la cual se agotaron o no existen los tratamientos médicos o quirúrgicos alternativos. El momento de la operación es crucial. En realidad, se considera que la mejoría en la programación y selección de los pacientes ha contribuido más al éxito del trasplante hepático desde la década de 1980 en adelante que todos los impresionantes avances técnicos e inmunitarios combinados.
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Aunque la enfermedad debe estar avanzada y deben proporcionarse oportunidades de estabilización o recuperación espontánea o inducida por fármacos, el procedimiento debe efectuarse lo bastante temprano para dar al procedimiento quirúrgico una buena oportunidad de éxito.
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Lo ideal es considerar el trasplante en pacientes con enfermedad hepática y etapa terminal que experimentan o tuvieron alguna complicación con peligro para la vida por la descompensación hepática o que deterioró su calidad de ...