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INTRODUCCIÓN

Se calcula que el consumo de tabaco, la inactividad física, la dieta poco saludable, el consumo excesivo de alcohol y otros comportamientos individuales explican el 40% de la mortalidad prematura en Estados Unidos. Cerca del 75% de los 3 billones de dólares que se gastan en la atención a la salud en ese país es atribuible al cáncer, enfermedad cardiaca, diabetes tipo 2 y obesidad, y cada uno de estos trastornos tiene una marcada influencia del comportamiento. Casi la mitad de los pacientes a los que se prescriben fármacos para reducir el colesterol en el año siguiente a un infarto miocárdico suspende el uso de estos medicamentos, incluso cuando se les proporcionan en forma gratuita. A pesar de los grandes avances en la ciencia y tecnología de la atención a la salud, hay una gran brecha entre los objetivos de salud alcanzables en forma teórica y la atención a la salud que en realidad alcanzan los individuos y las poblaciones. El comportamiento humano es un contribuyente sustancial a los problemas de salud y una barrera para la implementación exitosa de soluciones para corregirlos.

Al reconocer que hay muchas personas que no toman medidas para mejorar su salud, los expertos en cambio de comportamiento han enfocado sus esfuerzos en estrategias dirigidas al comportamiento individual, estrategias ambientales como el etiquetado obligatorio de alimentos y enfoque combinados. Por ejemplo, la Sección 2705 del Affordable Care Act (ACA) permite a los empleadores proporcionar incentivos de hasta 50% de las primas totales con base en resultados como la disminución del índice de masa corporal, descenso en la presión sanguínea o colesterol y la eliminación del tabaquismo. Esta legislación pone en juego cada año hasta $300 000 millones de los incentivos de salud para empleados.

Muchas de estas estrategias tienen limitaciones implícitas, sobre todo porque se diseñaron alrededor de la visión generalizada de que las personas siempre actúan para mejorar su interés propio. Las soluciones en las políticas existentes presuponen que las decisiones sobre la atención a la salud se basan de manera racional en transacciones económicas y que las personas racionales valorarán en forma objetiva el valor actual neto de los costos y beneficios de las vías alternativas, y que buscarán la mejor vía. Estas estrategias son atractivas desde el punto de vista normativo, pero parecen más adecuadas para respaldar la salud de las personas que se comportan como los economistas asumen que lo hagan, y quizá sean menos efectivas cuando se exponen a realidades del comportamiento humano como la atención limitada, el exceso de confianza y los problemas para el autocontrol. No es sólo la magnitud de los incentivos lo que importa, también otras características críticas, como la naturaleza específica de las recompensas, la frecuencia de la retroalimentación, la prominencia y el marco. Los programas de salud pública, incluidos los que implican incentivos financieros, tienen mayor probabilidad de alcanzar sus objetivos si se diseñan con base no en la manera ...

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