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Tarde o temprano, los médicos reconocen por experiencia clínica la necesidad de una habilidad especial para evaluar las facultades mentales de sus pacientes. Deben ser capaces de observar con objetividad la atención, inteligencia, memoria, juicio, estado de ánimo, carácter y otros atributos del desempeño cognitivo y la personalidad de sus pacientes de la misma manera que observan sus movimientos, marcha y reflejos. La evaluación sistemática de estas funciones intelectuales y afectivas permite al médico llegar a conclusiones sobre el estado mental del paciente y su relación con su enfermedad. Sin estos datos, es probable que haya errores en el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad neurológica, médica general y psiquiátrica del individuo.
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La información de esta sección se comprenderá con mayor claridad si se anticipan unos cuantos de los comentarios introductorios a la sección posterior sobre enfermedades psiquiátricas. La principal tesis del neurólogo es que las funciones mentales y físicas del sistema nervioso son dos aspectos del mismo proceso neural. La mente y la conducta tienen sus raíces en las actividades autorreguladas enfocadas a un objetivo del organismo, las mismas que proporcionan un impulso a todas las formas de vida de los mamíferos. No obstante, la prodigiosa complejidad del cerebro humano permite extraordinariamente la solución de problemas difíciles, la capacidad de recordar experiencias pasadas y presentarlas en un lenguaje simbólico que puede ser escrito y leído, además de planear eventos que aún no ocurren. William James llamó de manera adecuada “flujo de pensamiento” a la experiencia verbal interna constante, aunque a veces divagante, de esta ideación durante la vigilia. De alguna manera, en el trascurso de estas funciones cerebrales complejas emerge una consciencia continua de la propia persona y de sus procesos psíquicos. Es esta consciencia interna continua la que podría llamarse inteligencia. No es posible responder si se trata de una propiedad emergente de varias funciones mentales o simplemente su representación como una idea en la mente, pero es probable que cualquier separación amplia entre la inteligencia y los aspectos conductuales observables de la función cerebral sea ilusoria. Los biólogos y los psicólogos llegaron a esta conclusión al colocar todas las actividades conocidas del sistema nervioso (crecimiento, desarrollo, conducta y función mental) en un continuo y al señalar la intencionalidad inherente y creatividad comunes a todas ellas. El médico se convence de la verdad de esta noción a través de su experiencia clínica diaria, en la que cualquier posible alteración de la conducta y el intelecto parece en un momento u otro una expresión de enfermedad cerebral. Además, en muchas enfermedades cerebrales, sobre todo las formas de confusión descritas en el primer capítulo de esta sección sobre estados confusionales, se atestiguan trastornos paralelos de la conducta del paciente y una disolución o distorsión de la consciencia introspectiva de sus propias capacidades mentales.
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El lector encontrará que los capítulos 19 y 20 tratan sobre trastornos frecuentes del sensorio (nivel de consciencia) y la cognición, ...