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Las enfermedades infecciosas siguen siendo la segunda causa principal de muerte en todo el mundo. A pesar de los numerosos avances en su diagnóstico, tratamiento y prevención, las amenazas de resistencia a los antimicrobianos y las enfermedades infecciosas emergentes o reemergentes siguen planteando desafíos.
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Resistencia antimicrobiana
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La resistencia a múltiples fármacos ha aumentado en prevalencia en los últimos años y se comporta de manera distinta en las diferentes regiones geográficas y entre las instituciones que pertenecen a una misma área. Afectan la prevalencia general de la resistencia a los antimicrobianos los reservorios en la población de pacientes, el uso de fármacos antimicrobianos que favorecen las cepas resistentes y la transmisión de cepas resistentes a los pacientes desde su entorno o a través de otras personas (p. ej., trabajadores de la salud con poca higiene de las manos).
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, Centers for Disease Control and Prevention) han estimado que, en Estados Unidos, cada año, ocurren más de 2 millones de infecciones bacterianas resistentes, con 23 000 muertes. Además, se han identificado patógenos resistentes específicos que son de mayor preocupación, dado su impacto en la salud pública (cuadro 80–1).
Las bacterias eluden la actividad de los agentes antibacterianos mediante mecanismos que generalmente se dividen en tres categorías: 1) alteración o evasión de objetivos que exhibe una unión reducida del medicamento, 2) acceso alterado del medicamento a su objetivo debido a reducciones en la captación o aumentos en el flujo de salida activo y 3) una modificación del fármaco que reduce su actividad (cuadro 80–2).
Los CDC han puesto el énfasis en cuatro acciones para abordar el creciente problema de la resistencia a los antimicrobianos: 1) prevenir infecciones, 2) rastrear los patrones de resistencia, 3) mejorar el uso de los agentes antimicrobianos existentes y 4) desarrollar nuevos fármacos antimicrobianos y pruebas diagnósticas.
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