++
Algunos libros son probados, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos.
++
++
Cada especialidad tiene un ritmo de actualización y de cómo se van haciendo nuevos descubrimientos. Si pienso, por ejemplo, en medicina genómica o en inmunología, estoy seguro de que cada año se acumulan una gran cantidad de nuevos conocimientos y su ritmo es vertiginoso. De manera personal, me he hecho la pregunta de ¿cuál es el tiempo adecuado para hacer una nueva edición? Aún no tengo la respuesta, pero anteriormente hicimos algunas cercanas entre sí y no hubo tantos cambios. Quizá entonces el tiempo más adecuado sea un lustro. Sí, considero que cinco años son suficientes para que en la micología médica se acumulen nuevos conocimientos; desde luego que algunos serán efímeros y sólo la prueba del tiempo los definirá. Recuerdo que mi maestro Amado Saúl, con su habitual sapiencia repetía constantemente: “¿Qué hay de cierto en lo nuevo?” Sin duda que tiene toda la carga de verdad: cuando uno deja pasar los años, las técnicas de diagnóstico se hacen obsoletas, los nombres de los hongos cambian o los tratamientos se hacen inservibles. Por eso, siempre hay que sopesar eclécticamente lo nuevo, y sólo el tiempo pondrá el conocimiento en su justo lugar.
++
Durante los cinco años que han transcurrido desde la edición anterior de esta obra, ha habido una serie de apuntalamientos científicos que han sido incorporados y que vale la pena resaltar. Lo primero que vale la pena enfatizar en el cambio de nombre de los hongos y las técnicas más finas de identificación. ¿Por qué? Recuerdo una frase que dice que los micólogos solamente nos reunimos para cambiarles el nombre a los hongos. Claro que hay algo de cierto en eso, pero no es tan banal. La micología, como la parasitología, son materias morfológicas y es por eso que al inicio fue la forma lo que imperó; después, hubo el apoyo de las pruebas bioquímicas, lo que dio otro giro para la tipificación; posteriormente, llegó la biología molecular, en particular, con el apoyo de las técnicas de PCR, que permitieron identificar a hongos muy cercanos entre sí (crípticos); y lo último que ha surgido es la filogenia. Es decir, no sólo lo molecular importa, sino los antecesores genéticos, cómo se han desenvuelto a través de los años. Es por ello que uno ahora estudia esos árboles filogenéticos o –más correctamente– dendrogramas. Esto nos ha permitido ser mucho más precisos y finos en la identificación de los hongos que, aunque sean muy parecidos (como gemelos), pueden tener comportamientos diferentes; por ejemplo, Histoplasma capsulatum se conocía con una sola especie y ahora tiene cuatro. Esto lo complica todo, pero nos permite a la vez dar una explicación a los fenómenos que observábamos, como cepas más virulentas o resistentes a diversos antimicóticos. A la filogenia aún cuesta trabajo comprenderla, pero con ejemplos triviales de la naturaleza queda más clara: así tenemos que los pandas no son osos y no tienen ancestros de este tipo; o mejor aún, los antecesores de esos curiosos animalitos denominados pangolines –que parecen armadillos– son los murciélagos. Esto es lo mismo para los hongos, hay que buscar sus inicios, sus estirpes, para poder explicar el comportamiento que tienen.
++
Una de las técnicas que se ha posicionado es la proteómica, en especial, mediante el sistema MALDI-TOF. Es una técnica de ionización suave de espectrometría de masas (por sus siglas en inglés: Matrix-assisted laser desorption ionization-time of flight). La identificación ocurre mediante la valoración de proteínas y péptidos específicos, lo que da una huella peptídica (como una huella dactilar), que será específica para cada especie. Se trata de una metodología segura y, sobre todo, rápida; su inconveniente es el elevado costo del equipo. Sin embargo, cuando los equipos están actualizados en su base de datos y podemos hacer las cristalizaciones correctas, es posible identificar prácticamente cualquier hongo.
++
Pero la pregunta se vuelve hacer, ¿cuántos laboratorios, centros de estudio y diagnóstico tienen acceso a técnicas de biología molecular o proteómica? Es difícil de saber, pero en una reciente comunicación de los investigadores brasileños Falcy y Pascualotto,1 sobre las capacidades diagnósticas en Latinoamérica, los números son contundentes. Tienen acceso a la secuenciación genética 17%; MALDI-TOF, 19%; medios de cultivo, 54%; sistemas automatizados, 71%; y pruebas bioquímicas, 74% (ambas, sólo para levaduras). De este trabajo podemos concluir que la micología en Latinoamérica la seguimos haciendo “a pie”: son la morfología y la experiencia lo que permite salir a flote de los diagnósticos. Así, este libro pretende difundir ambos mundos. Por un lado, proveer el conocimiento de las técnicas avanzadas,y, por otro, seguir aportando la parte de la micología morfológica tradicional.
++
Siempre reiteraré lo mismo: aunque sea una persona el que firme el libro, detrás hay un enorme esfuerzo de mucha gente que colabora. Es como una obra de teatro o una representación de una ópera, tan importante es lo de adelante como lo de atrás. Decir nombres suele complicarse, porque uno sin duda olvidará muchos, pero –en particular en esta sexta edición– no puedo dejar de mencionar el trabajo diario de Javier Araiza y Marco Hernández, quienes desde la trinchera resuelven los problemas a diario y nos aportan una información constante. En particular, agradezco el ojo crítico, obsesivo y perfeccionista de la doctora Cristina Jaramillo-Manzur, quien ayudo a “limpiar” el trabajo para que sean menos los errores que aparezcan. Mi agradecimiento a los doctores, Gloria González y Rogelio Treviño, por su ayuda fundamental en la biología molecular y pruebas de susceptibilidad, quienes desde hace años han venido haciendo un trabajo de alto impacto con un claro reflejo internacional. Asociarse con una infectóloga como la doctora Amy Peralta permite que el trabajo de antimicóticos tenga el juicio de su especialidad, que le da un aporte equilibrado a tan delicado tema. Ahora hemos tenido más profundización en la inmunología de las micosis, con el apoyo invaluable de la doctora Lourdes Mena, quien acuciosamente integró los conocimientos. La doctora Rosa María Sánchez-Manzano nos sigue apoyando en el tema que yo siento tan lejos de esta disciplina, como son las microsporidiosis, más cercanas a la parasitología.
++
Hay también un trabajo cotidiano que se comparte, a través de los correos electrónicos y el revolucionado whatsapp, esa aplicación que nos permite una comunicación rauda, y es ahí donde ahora se ayuda a los diagnósticos. Amigos, como Fernando Gómez-Daza (Venezuela) o Sandra Miranda (Ciudad Obregón), nos han dado un aporte iconográfico y de conocimientos que enriquecen esta obra. Debido a lo morfológico de la micología, me hace recordar aquellas épocas de antaño, cuando no existían los recursos cibernéticos. En las escuelas llenábamos aquellos maravillosos “álbumes de figuritas”, en donde uno iba coleccionando estampas y llenando cada página, pero al final era casi imposible completarlo, de tal forma que uno intercambiaba figuras o lo dejaba al azar de una moneda. Ese mundo tan lejano como arcaico ahora lo siento igual. Uno va juntando las imágenes de todos los hongos, viendo quién tiene las que nos faltan para intercambiar. Gracias a ello es que esta obra orgullosamente tiene el aporte de muchos autores, quienes valiosamente nos compartieron sus imágenes, para literalmente “llenar el álbum de los hongos”. Hay que subrayar que detrás de todo está también el apoyo de los residentes, estudiantes de pregrado, de los tesistas que nos entusiasman y nos ayudan de forma desmedida y desinteresada.
++
Repetiré por convencimiento lo que escribí para esta obra anteriormente. Sigue siendo mi máxima preocupación que ésta sea accesible, sencilla para el lector. Afirmar que lo hemos logrado no nos corresponde, más bien es a los lectores, los estudiantes, los profesionistas, los especialistas, ellos serán quienes otorguen su aval. Nosotros, yo en particular, trataré de ser solamente “la voz fácil de los hongos”.
+
ALEXANDRO BONIFAZ
Otoño, 2019
+
++