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INTRODUCCIÓN

La difícil caracterización anatómica y funcional del sistema límbico como el conjunto de estructuras neuronales que genera la conducta emocional se debe a dos razones principales. La primera es el carácter personal y subjetivo de emociones y motivaciones que hace inverosímil cualquier intento de generalización. Una segunda complicación es la falta de acuerdo para definir qué regiones cerebrales forman el sistema límbico y qué características funcionales comparten para agruparlas, precisamente, bajo la denominación de sistema.

Un elemental principio evolutivo sugiere que aquellos comportamientos adaptados al entorno físico o al ambiente social tienden a perpetuarse, al igual que debe ocurrir con los circuitos neuronales que los hacen posibles. Para MacLean, sobre el cerebro visceral y apetitivo de los reptiles primitivos, se añadió un cerebro emocional, cuyas funciones serían asumidas, finalmente, por el sistema límbico de aves y, sobre todo, mamíferos. El sistema límbico determina la aparición de un mundo interno, concepto no equivalente o relacionado con el de medio interno. El mundo interno no se fundamenta en la presencia de interoceptores o en el desarrollo de mecanismos homeostáticos, sino en la elaboración de señales internas de identidad. Por ejemplo, ser capaz de inhibir determinados deseos (rehuir una fuente de alimento ante la presencia de un depredador) es la expresión conductual de la existencia de circuitos internos capaces de generar estados en los que la información procedente de exteroceptores e interoceptores se somete a un escrutinio frente a recuerdos o planes no meramente contingentes o inmediatos. En este sentido, el sistema límbico sería un poderoso inhibidor de deseos y necesidades relacionadas con la supervivencia del individuo, en función de las condiciones del medio interno y del medio externo (físico y social).

El concepto de emoción tiene una doble vertiente. En primer lugar, se puede considerar un aspecto interno, personal, que en la especie humana toma además un carácter cognitivo, y un aspecto externo, conductual, que sirve de clave o señal a miembros de la misma especie, o de especies relacionadas.

El extraordinario desarrollo en aves y mamíferos de las estructuras que se incluyen en el concepto de sistema límbico estaría muy ligado, por otra parte, al cuidado de la prole, característica más que peculiar de estas especies. Este hecho singular permite una prolongación de los estadios infantiles y juveniles en contacto directo con el medio externo. Es bien conocido que la persistencia de rasgos infantiles, así como la detección de los mismos, desencadena mecanismos inhibidores de la agresión, tal vez relacionados con la aparición y desarrollo del sistema límbico (figura 13–1).

Figura 13–1

Distintos dibujos representativos de la imagen corporal de un pingüino. La progresiva infantilización de los rasgos del animal (de izquierda a derecha) confiere a la imagen un aspecto más blando e inofensivo, incrementando la empatía del espectador por la misma.

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