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Las comunicaciones electrónicas pueden ampliar y complementar los encuentros directos con el paciente, mejorar el apego terapéutico y el acceso a la atención local e incrementar la participación del paciente en su atención. Un correo electrónico puede ser apropiado para la comunicación de información administrativa, instrucciones sobre fármacos, educación para el paciente, resultados de laboratorio habituales y recordatorios de citas. Puede aumentar la vigilancia domiciliaria de los planes terapéuticos, como en el caso de la atención de la diabetes o la interrupción del tabaquismo. Los médicos pueden notificar a toda su población de pacientes sobre el personal que los sustituirá durante un periodo vacacional, vacunación contra la gripe, cambios en procedimientos de envío a especialidades, retiro de fármacos del comercio y otros temas (cuadro e3–1).
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Sin embargo, el empleo de correos electrónicos para su uso clínico suscita preocupaciones éticas, legales y prácticas. El correo electrónico es más permanente que la comunicación oral, pero también parece ser más informal que la correspondencia impresa. Por su propia naturaleza se documenta a sí mismo. Un correo electrónico puede duplicarse o reenviarse con unos cuantos golpes de tecla y las copias pueden permanecer en sistemas de respaldo durante mucho tiempo incluso si el receptor y el remitente han eliminado los originales. La naturaleza informal del correo electrónico, en ausencia de signos sociales no verbales, propicia a menudo errores de comprensión. La persona que envía el correo electrónico o un tercero interesado puede alterarlo con facilidad, de forma retrospectiva y sin responsabilidad. Es muy difícil identificar al remitente o al destinatario en ambos extremos del intercambio de un correo electrónico y con poca experiencia técnica es fácil modificar un correo electrónico de la mayor parte de las direcciones electrónicas.
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Con frecuencia, a los clínicos les preocupa que, una vez que su correo electrónico se difunde de forma amplia, recibirán numerosos correos electrónicos de individuos con quienes no tienen una relación terapéutica preexistente. No existen estudios que hayan encontrado la cantidad de correos electrónicos de pacientes sin trato alguno con el médico que es abrumadora en la práctica cotidiana. Sin embargo, no hay consenso acerca de la obligación del médico en esta situación. Además, podría haber consecuencias legales si se proporciona información a pacientes que residen lejos del sitio donde el médico tiene autorizada su licencia para ejercer la medicina. Como mínimo, los médicos deben publicar políticas de comunicación electrónica que incluyan las comunicaciones no solicitadas, al margen del sitio donde hayan adquirido su correo electrónico.
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