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El ajo es una de las hierbas medicinales más populares de Europa y Estados Unidos. Se ha usado desde la antigüedad para el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares e infecciosas. Se han propuesto varios mecanismos para explicar los efectos benéficos del ajo en la enfermedad cardiovascular: disminuye la agregación y adherencia plaquetarias, incrementa la fibrinólisis, muestra actividad antioxidante, disminuye la presión arterial y reduce la síntesis de colesterol de las lipoproteínas de baja densidad (LDL, low-density lipoprotein).
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El ajo está disponible en muchas formulaciones diferentes (deshidratado, en polvo y aceites). La más estudiada es el extracto de polvo de ajo deshidratado. Varios productos se hallan estandarizados a cierto porcentaje de alicina, el ingrediente del que se ha creído históricamente se origina su olor característico y sus beneficios terapéuticos, aunque es probable que varios de los otros compuestos contribuyan a sus efectos terapéuticos. El ajo es bien tolerado y parece seguro para consumir por largo tiempo. Además de sus bien conocidos efectos secundarios de olor corporal y halitosis, también causa molestias gastrointestinales, náusea y flatulencia.
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Se dispone de información inconsistente en relación con los efectos del ajo en las isoenzimas 3A4 del citocromo P450 (CYP3A4). Algunas preparaciones de ajo que contienen alicina inducen al parecer la actividad de las CYP3A4. Esto se demostró en un pequeño estudio que reveló una reducción significativa de los valores del saquinavir, un sustrato de las CYP3A4. Dado que el ajo ejerce cierto efecto en la activación antiplaquetaria, existe un riesgo teórico de una pérdida de sangre mayor, en especial si se toma con ácido acetilsalicílico, anticoagulantes o NSAID. Pese a ello, un estudio de 2006 de 48 pacientes que tomaban warfarina asignados al azar a extracto de ajo añejo o placebo durante 12 semanas no produjo ningún incremento de hemorragias en quienes tomaron el ajo. Además, un estudio de 2008 no mostró ningún efecto del ajo en la farmacocinética de la warfarina en voluntarios sanos. Se desconoce el efecto del ajo en el riesgo de hemorragia en pacientes que reciben anticoagulantes orales de acción directa. Tampoco se observaron cambios en la función plaquetaria en voluntarios sanos después de ingerir raíz y aceite de ajo, si bien algunos médicos recomiendan interrumpir el ajo una a dos semanas antes de someterse a una intervención quirúrgica electiva.
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Estudios previos han demostrado que el ajo tenía la capacidad de reducir la presión arterial en hipertensos, pero las revisiones sistemáticas no han confirmado su efecto real. En 2018, un estudio de 12 semanas, con asignación al azar, doble ciego y con grupo testigo con placebo en 49 pacientes mostró que un extracto de ajo añejado reducía la presión arterial sistólica en 10 mmHg y la diastólica en 5 mmHg.
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Un interesante estudio valoró los efectos vasculares del ajo en pacientes con síndrome hepatopulmonar. En este estudio, 41 pacientes se asignaron al azar a un complemento de ajo o placebo y se vigilaron durante 18 meses. La PaO2 inicial se incrementó y el gradiente A-a se redujo de forma significativa en el grupo experimental, en el que dos tercios experimentaron la resolución del síndrome hepatopulmonar y su mortalidad se redujo de manera notoria.
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Hay evidencia inconsistente del efecto del ajo en los lípidos séricos. Un metaanálisis de 2018 concluyó que el ajo produce un beneficio discreto pero significativo para reducir el colesterol total y el colesterol LDL. Una posible explicación para la inconsistencia de estos resultados es la falta de estandarización de las preparaciones de ajo, además de la forma en que los seres humanos las metabolizan.
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Varios estudios de tamaño pequeño revelan una reducción de la evolución de la placa ateroesclerótica con el empleo del ajo. El más reciente es un estudio con asignación al azar y grupo testigo de 2018 en 92 pacientes obesos en quienes la rigidez arterial y los marcadores de función endotelial (proteína C reactiva de alta sensibilidad, LDL, inhibidor 1 del activador del plasminógeno) mostraban una reducción significativa con un extracto de ajo. En cambio, un pequeño estudio con asignación al azar y grupo testigo de 2016 en 26 individuos con diabetes tipo 2 no encontró mejorías en la función endotelial, la inflamación vascular, el estrés oxidativo o la resistencia a la insulina después de un tratamiento por cuatro semanas con un extracto de ajo añejado.
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Numerosos estudios observacionales han sugerido que el consumo regular de ajo puede reducir el riesgo de desarrollar ciertas enfermedades malignas, pero las conclusiones de unos pocos estudios prospectivos son inciertas, dada la mala calidad de los protocolos, como sugirió un metaanálisis y una revisión sistemática de 2018. Otro análisis de 2018 de dos grandes estudios prospectivos de cohorte en Estados Unidos no encontró una relación entre la ingestión elevada de ajo y el cáncer gástrico y la infección por H. pylori. Dado el número de estudios in vitro que habían señalado su potencial antitumoral y apoptósico, el ajo se mantiene como un HDS de interés significativo en el tratamiento de diferentes cánceres.
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5. Disfunción hepática
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Existen estudios escasos y pequeños en este campo. Un protocolo bien diseñado en 75 personas mostró que la ingestión diaria de un extracto de ajo fermentado por 12 semanas mejoraba los resultados de las pruebas bioquímicas hepáticas (valores séricos de GGT y ALT en adultos) sin efectos secundarios informados. Es posible que estos hallazgos tuvieran implicaciones para personas con disfunción hepática leve, como la que se observa en la hepatopatía alcohólica y la esteatosis hepática no alcohólica.
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