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Según los Centers for Disease Control and Prevention (CDC), se estima que la diabetes mellitus afectó a 24 millones de personas en Estados Unidos en 2008, un aumento de 3 millones de personas en contraste con los dos años anteriores. Se espera que la prevalencia de la diabetes, en particular de la enfermedad del tipo 2, aumente aún más para el año 2030 a consecuencia del envejecimiento de la población, los cambios en el estilo de vida y las crecientes tasas de obesidad. En la actualidad, cerca de 25% de los adultos que padecen esta enfermedad no han recibido un diagnóstico.
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Los datos sugieren que esta tendencia creciente en su incidencia también afecta a las mujeres embarazadas. La diabetes preexistente afecta a 1% de todos los embarazos y cerca de 7% de las mujeres embarazadas reciben un diagnóstico de diabetes mellitus gestacional (GDM, gestational diabetes mellitus), un trastorno que por tradición se define como intolerancia a la glucosa que se inicia o reconoce por primera vez durante el embarazo. Se aprecian tasas aún mayores entre ciertos grupos minoritarios, en particular entre mujeres embarazadas de origen afroestadounidense e hispanoestadounidense.
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Antes de la introducción de la insulina en 1922, las mujeres con diabetes preexistente a menudo no podían concebir. En los casos en que sí ocurría el embarazo, a menudo producía la muerte de la madre; este hecho motivó a Joseph de Lee a recomendar en su trascendental libro de texto de 1913 que todos estos embarazos se interrumpieran. Observó que “el intento por prolongar el embarazo a término o incluso hasta la viabilidad de la criatura es demasiado peligroso”.
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El advenimiento de la insulina, así como las mejoras en la atención obstétrica general, rápidamente disminuyeron la mortalidad materna. No obstante, el riesgo de mortinatalidad y muerte neonatal permaneció mucho más elevado entre las pacientes diabéticas que entre la población general hasta el decenio de 1960–1969. Desde ese entonces, se ha dado un espectacular descenso en la mortalidad perinatal a causa de las mejoras en los cuidados neonatales intensivos, en la vigilancia fetal y en el significativamente mejorado control de la diabetes, resultado del automonitoreo de glucosa en sangre y de los regímenes insulínicos intensificados. En la actualidad, si se logra un adecuado control glucémico, el riesgo de mortalidad perinatal se acerca al de la población obstétrica general. No obstante, tanto la diabetes preexistente como la GDM aún representan un importante riesgo durante el embarazo.
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Hoy en día, las prioridades para los proveedores de atención de la diabetes son, primero, identificar y controlar la diabetes antes de la concepción y, segundo, detectar y tratar la GDM de manera adecuada durante el embarazo en un esfuerzo por evitar las complicaciones maternas y fetales/neonatales. Hay evidencia de que el tratamiento de incluso la GDM leve da por resultado desenlaces mejores tanto para la madre como para el bebé.