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Durante el embarazo, la placenta proporciona la interfaz indispensable entre la madre y el feto (véase cap. 5, Desarrollo del trofoblasto). Sin embargo, en parte debido a la inaccesibilidad durante toda la gestación, la anatomía, fisiología y estructura molecular de la placenta aún permanecen como uno de los temas menos estudiados y más intrigantes de la obstetricia. Además, los paralelos entre la formación placentaria y el cáncer proporcionan oportunidades para comprender la biología y patogénesis tumorales (Costanzo, 2018; Guttmacher, 2014).
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Se recomienda que el obstetra realice una revisión visual de la placenta, pero no es obligatorio el examen patológico sistemático. En realidad, las condiciones específicas que ameritan una inspección detallada aún son controversiales. Por ejemplo, el College of American Pathologists recomienda el examen placentario para una extensa lista de indicaciones, pero muchos médicos desconocen esto (Langston, 1997; Odibo, 2016). Asimismo, no hay datos suficientes para respaldarlas todas. Como mínimo, la placenta y el cordón deben inspeccionarse en la sala de partos. La decisión de solicitar un examen patológico debe basarse en los hallazgos clínicos y placentarios (cuadro 6–1) (Redline, 2008; Roberts, 2008).
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Al término, la placenta típica pesa 470 g, es redonda y ovalada, con diámetro de 22 cm y tiene un espesor central de 2.5 cm (Benirschke, 2012). Está compuesta por un disco placentario, membranas extraplacentarias y un cordón umbilical con tres vasos. La superficie del disco, situada contra la pared uterina es la placa basal, que está dividida por hendiduras en porciones llamadas cotiledones. La superficie fetal es la placa coriónica. En este sitio se inserta el cordón umbilical, casi siempre en el centro. Los grandes vasos fetales que se originan de los vasos del cordón se diseminan y ramifican en la placa coriónica antes ...