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Las descripciones del empleo de patógenos microbianos como posibles armas de guerra o terrorismo datan de épocas antiguas. Entre las más citadas se encuentran episodios como el de los Hitatas enviando carneros infectados con Tularemia a sus enemigos en el siglo XIV a. C., la contaminación del suministro de agua 600 años a.C. con el hongo Claviceps purpurea (el cornezuelo del centeno) por parte de los asirios, el lanzamiento de cadáveres de víctimas de la peste en los muros de la ciudad de Kaffa por los soldados tártaros en 1346 y la propagación de la viruela a la población estadounidense nativa leal a Francia mediante sábanas contaminadas por los ingleses en 1763. En Estados Unidos, los trágicos atentados del World Trade Center y el Pentágono el 11 de Septiembre de 2001 antecedieron al envío de cartas que contenían esporas de carbunco a oficinas de medios de comunicación y del Congreso a través del servicio postal de ese país, lo cual cambió totalmente los criterios del público estadounidense en cuanto a la vulnerabilidad a ataques bioterroristas microbianos, y la gravedad y los esfuerzos del gobierno federal para proteger a sus ciudadanos de agresiones futuras. La ciencia moderna ha elaborado métodos para la propagación deliberada o el agravamiento de enfermedades en formas que desconocían nuestros antepasados. La combinación de investigación de ciencias básicas, práctica médica adecuada y vigilancia constante es un factor necesario de defensa contra tales ataques.
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Los efectos posibles de un ataque bioterrorista pueden ser enormes y originar no solo la muerte sino complicaciones graves a miles de personas, aunque lo normal es que los actos de bioterrorismo tengan su impacto máximo en el miedo y el terror que generan. A diferencia de la guerra biológica, en que el objetivo fundamental es la destrucción del enemigo al infligirle el máximo número de bajas, una meta importante del bioterrorismo es destruir el espíritu de la sociedad, al infundirle miedo e incertidumbre. El impacto biológico real de una sola acción puede ser pequeño, pero el grado de perturbación generado por la simple idea de que el ataque sea factible es enorme; ello se pudo advertir fácilmente por el efecto que tuvieron los envíos del material de carbunco a través del sistema postal estadounidense en 2001 y la interrupción funcional de las actividades de la rama legislativa del gobierno después de ellos. Por tanto, el punto decisivo en la defensa contra estos ataques consiste en contar con un sistema de vigilancia sanitaria y de enseñanza de gran funcionalidad, para que se puedan identificar pronto estas situaciones y frenarlas eficazmente. Ello se complementa con la posibilidad de contar desde mucho antes con medidas adecuadas (p. ej., formas de diagnóstico, terapéutica y vacunas) como contrapartida al ataque bioterrorista.
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En Estados Unidos, el Working Group for Civilian Biodefense ha elaborado una lista de las características que hacen que los agentes biológicos sean particularmente eficaces como armas destructivas (fig. C3–1)...