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La violencia de pareja (IPV, intimate partner violence) es un patrón de comportamiento abusivo ejercido por una persona que mantiene alguna forma de relación íntima con la víctima. El maltrato puede ser físico, sexual o emocional e incluye la privación económica. Aunque cualquiera puede ser víctima de IPV, es mucho más probable que las víctimas sean mujeres. Las personas lesbianas, gays, bisexuales y transexuales experimentan mayores tasas de violencia de género que otros grupos. Cualquiera que sea el tipo de abuso, el objetivo del perpetrador es obtener el control sobre la otra persona. La IPV es frecuente, pero muchas veces no se diagnostica, en parte porque las pacientes tratan de ocultar el maltrato.
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La prevalencia de IPV varía de acuerdo con la institución. Las tasas son más altas en el servicio de urgencias respecto de cuando se miden en la población general. En un estudio con asignación al azar de un grupo testigo para detección de IPV en el servicio de urgencias, la prevalencia en 12 meses varió entre 4% y 18%.
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Aunque la IPV se produce en todos los lugares, entornos culturales y grupos socioeconómicos, las estimaciones de prevalencia pueden variar según ciertas características demográficas. Los factores de riesgo específicos incluyen ser joven (18–24 años); estar embarazada; ser soltera, divorciada o separada; autoidentificarse entre grupos étnicos minoritarios específicos como los nativos americanos, multirraciales o personas de raza negra no hispanos; o tener una enfermedad mental coexistente.
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Dado que es frecuente que las pacientes no expresen de manera voluntaria que fueron víctimas de maltrato, los médicos deben estar alertas ante los indicios que sugieren abuso, como una explicación inconsistente con las lesiones encontradas, visitas frecuentes al servicio de urgencias, y molestias somáticas como cefalea crónica, dolor abdominal y fatiga. Es posible que la declaración de la paciente sea vaga en relación con sus síntomas y que evite el contacto visual. Si la pareja abusadora está presente, es posible que responda todas las preguntas en lugar de la paciente o que se rehúse a salir de la habitación. Es crucial que la mujer tenga oportunidad de hablar con el médico a solas. Es preciso detallar con cuidado la descripción de los sucesos que haga la paciente en caso de que hubiera procesos legales posteriores.
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La exploración física revela a menudo lesiones en la zona central del cuerpo. Es posible que también haya lesiones en los antebrazos, si la paciente intentó defenderse. Como se prevé en cualquier situación de maltrato, las equimosis identificadas en varias fases de curación son indicios importantes. Todos los signos de la exploración física deben documentarse de forma adecuada.
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Además de las consecuencias físicas, el maltrato tiene efectos psicológicos. Las víctimas pueden desarrollar trastorno por estrés postraumático, depresión, ansiedad y abuso de alcohol u otras sustancias; también es muy frecuente la somatización.
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