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Las armas biológicas se han usado desde la antigüedad, hay casos documentados que datan del siglo VI a.C., cuando los asirios envenenaron pozos con cornezuelos. A finales de la década de 1930 y principios de la de 1940, el ejército japonés (Unidad 731) experimentó en prisioneros de guerra en la Manchuria con agentes biológicos y se considera que produjeron al menos 10 000 muertes. Aunque en 1972 más de 100 países firmaron la Biological Weapons Convention, tanto la antigua Unión Soviética como Irak han admitido la producción de armas biológicas y se sospecha que muchos otros países continuaron sus programas. Hoy en día, las armas biológicas se consideran las armas de destrucción masiva más baratas y sencillas de producir.
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El gobierno estadounidense agrupa los agentes de bioterrorismo en tres categorías: A, B y C. La categoría A incluye microorganismos o toxinas que representan el mayor riesgo para la seguridad pública y nacional porque son fáciles de diseminar de una persona a otra; tienen tasas de mortalidad elevadas y tienen el potencial de tener un impacto mayor en la salud pública; pueden causar pánico público y disrupción social; y requieren una acción especial para los preparativos de salud pública. Los agentes de la categoría B ocupan el segundo lugar en prioridad: la facilidad para su diseminación es moderada; producen tasas intermedias de enfermedad y tasas bajas de mortalidad; y requieren incrementos específicos en la capacidad de laboratorio de los CDC y vigilancia intensificada de la enfermedad. Los agentes de la categoría C son los del tercer nivel de prioridad e incluyen patógenos emergentes que podrían modificarse para la diseminación masiva en el futuro porque son muy accesibles; son fáciles de producir y diseminar; y tienen la capacidad de generar tasas altas de morbilidad y mortalidad y un impacto mayor en la salud. Véase http://emergency.cdc.gov/bioterrorism/overview.asp.
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Los agentes de la categoría A (véanse el texto siguiente y el cuadro II–17) incluyen Bacillus anthracis (carbunco), Yersinia pestis (peste), toxina de Clostridium botulinum (botulismo), Variola major (viruela), Francisella tularensis (tularemia) y fiebres virales hemorrágicas. Todos estos agentes pueden transformarse en armas con facilidad mediante la dispersión aérea.
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