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El término de microbioma fue acuñado en el año 2001 por Joshua Lederberg, biólogo molecular estadounidense, quien obtuvo el Premio Nobel en Medicina en 1958. El microbioma humano es la población total de microorganismos con sus genes y metabolitos que colonizan el cuerpo, básicamente estaremos incluyendo el tracto gastrointestinal, genitourinario, cavidad oral, nasofaringe, tracto respiratorio y la piel.
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Estas comunidades tienen un comportamiento simbiótico y mutualista con las células humanas y hay que destacar que son imprescindibles para un buen funcionamiento de nuestro organismo. Por su enorme capacidad metabólica el microbioma es considerado un “órgano” imprescindible para la vida y con influencia en la salud y la enfermedad. Además, presenta particularidades y características propias inherentes a cada individuo, pudiendo variar en función de la base genética, la dieta e interacción con el medio ambiente.
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Si bien en ocasiones se usan indistintamente los términos microbiota y microbioma, el primero hace referencia al conjunto de microorganismos (bacterias, hongos, arqueas, virus y parásitos) que residen en nuestro cuerpo, mientras que el microbioma es más amplio y hace referencia a todo el hábitat, incluyendo estas comunidades microbianas, sus genes y metabolitos, así como las condiciones ambientales que los rodean en cada una de las localizaciones.
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Estos ecosistemas microbianos complejos están adaptados a las particularidades de cada localización o nicho y pueden encontrarse en diferentes sistemas y órganos como el tracto gastrointestinal, genitourinario, cavidad oral, nasofaringe, tracto respiratorio y piel, entre otros. De entre todos ellos, se destaca el microbioma intestinal ya que es el más complejo, diverso y numeroso, siendo hasta el momento el más estudiado. De esta manera podemos hablar de microbioma en forma global o referido a cada una de sus localizaciones concretas.1
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Varias funciones esenciales conferidas por el microbioma, como la transformación de componentes de alimentos no digeribles en metabolitos absorbibles, la síntesis de vitaminas esenciales, eliminación de compuestos tóxicos, fortalecimiento de la barrera intestinal o la regulación del sistema inmunitario demuestran su importancia. Además, presenta particularidades y características propias inherentes en cada individuo, pudiendo variar en función del sustrato genético, dieta, exposición temprana, geografía y la interacción con el medio ambiente.
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Dado que gran parte de los microorganismos que forman parte del microbioma no son cultivables en los medios tradicionales, los avances tecnológicos, incluyendo las técnicas de secuenciación masiva o las herramientas de análisis masivo de datos (técnicas meta-ómicas), han supuesto una revolución en el conocimiento de la microbiota. Estudios recientes sugieren que, más que la composición microbiana, la importancia del microbioma radica en su funcionalidad puesto que diferentes especies microbianas pueden llevar a cabo funciones metabólicas equivalentes y, una misma especie, diferentes funciones. Codificar proteínas que trabajan para nosotros, expulsar invasores o controlar la respuesta inmunitaria y el metabolismo (digerir alimentos y producir vitaminas) son tan solo algunas de las labores desempeñadas por nuestros genes microbianos.2
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