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Los niños no son adultos pequeños. Esta afirmación casi sagrada se escucha en muchos de los servicios de urgencias alrededor del mundo. En promedio, 33% de las visitas a dichos servicios corresponde a niños. Las diferencias anatómicas, fisiológicas y del desarrollo entre menores y adultos hacen que los aspectos epidemiológicos, fisiopatológicos y de diagnóstico diferencial sean propios de ellos. A menudo, los elementos clave de anamnesis deben obtenerse de los cuidadores, no del niño, y los síntomas suelen deducirse de la observación. A veces es difícil la exploración física de un menor; en él son diferentes los signos cardinales de la enfermedad en comparación con los adultos. Los métodos diagnósticos pueden producir dolor e incluso podrían causar lesiones a largo plazo. Los fármacos deben administrarse en dosis basadas en el peso; la selección del equipo clínico también debe corresponder a la talla de cada menor. La canalización puede requerir la transferencia a un hospital infantil especializado. Por último, aunque el niño es el paciente principal, el tratamiento debe centrarse en la familia y, a menudo, comprende atender los miedos y el estrés de cada uno de sus miembros.
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ANATOMÍA Y FISIOPATOLOGÍA
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Los grupos pediátricos, según sus edades, se dividen en: fase de recién nacido (desde el nacimiento hasta el primer mes de vida); la de lactancia (un mes a un año); la preescolar (uno a tres años); la escolar (tres a 12 años) y la adolescencia (12 a 18 años). En todos los grupos mencionados, se advierten cambios en el desarrollo y fisiológicos trascendentales. El cuadro 106–1 resume los puntos de referencia del desarrollo, ya que estos tienen relación con la valoración y tratamiento en los servicios de urgencia; el cuadro 106–2 enlista los signos vitales de acuerdo con la edad.
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