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Toda exploración física se compone de inspección, palpación, auscultación y percusión.1
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General. Observar el estado general, nutricional (caquexia, obesidad), conciencia, palidez mucocutánea, presencia de cianosis (central o periférica), aleteo nasal, acropaquias, etc.
Tórax. Presencia de hematomas, cicatrices, tubo de tórax, etc. La forma y circunferencia del tórax (pectus excavatum, pectus carinatum, asimetrías, en tonel o enfisematoso, etc.); es preciso dar especial atención a la frecuencia respiratoria (taquipnea [> 20 rpm], bradipnea [< 14 rpm]) y al ritmo respiratorio:
Respiración de Cheyne-Stokes: pacientes con insuficiencia cardiaca cronica terminal o afectación del sistema nervioso central por aumento de la sensibilidad al CO2 del centro respiratorio.
Respiración de Kussmaul por acidosis metabólica.
Respiración atáxica de Biot: pacientes con meningitis o encefalitis por alteración bulbar, etc. (figura 2–1).
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En la palpación torácica es preciso valorar la expansión simétrica del tórax, frémito o vibraciones vocales, presencia de adenopatías y puntos dolorosos. En fracturas costales se puede palpar la crepitación ósea, mientras que en el enfisema subcutáneo se palpa la crepitación gaseosa.
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En la percusión torácica se evalúa la matidez y el timpanismo de la caja torácica, de forma simétrica y comparativa.
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En la auscultación es importante mencionar que ningún ruido respiratorio es patognomónico de ninguna patología.1,3
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