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INTRODUCCIÓN

Los trastornos psiquiátricos son enfermedades del sistema nervioso central (SNC) que se caracterizan por alteraciones en la emoción, cognición, motivación y socialización. Son fuertemente hereditarios, con factores de riesgo genético que comprenden 20 a 90% de vulnerabilidad a la enfermedad. Como consecuencia de su prevalencia, inicio temprano y persistencia, contribuyen de manera sustancial a la carga de enfermedad en todo el mundo. Todos los trastornos psiquiátricos son síndromes amplios y heterogéneos que a la fecha carecen de una neuropatología bien definida y de marcadores biológicos auténticos. Por tanto, los diagnósticos continúan estableciéndose sólo por las observaciones clínicas y con la aplicación de los criterios del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM) de la American Psychiatric Association, que se encuentra en su quinta edición, publicada en el año 2013.

Cada vez se acepta más que la clasificación de enfermedades psiquiátricas del DSM no refleja con exactitud la biología subyacente de estos trastornos. La falta de certeza en el diagnóstico hace en extremo difícil el estudio de las bases neurobiológicas y genéticas de las enfermedades mentales, aunque avances recientes en la tecnología genómica y la neurociencia, junto con la consolidación de cohortes muy grandes de pacientes, han permitido un progreso sustancial para muchos trastornos en estos campos. Además, se han realizado esfuerzos recientes para resolver las limitaciones de una nosología categórica de manera directa a través del desarrollo de un esquema diagnóstico alternativo llamado Criterios de Dominio de Investigación (RDoC, Research Domain Criteria). Esto ha llevado a la elaboración de otro esquema diagnóstico, denominado, Research Domain Criteria (RDoCs), que clasifica las enfermedades mentales con base en las anomalías principales, por ejemplo psicosis (pérdida de la realidad) o anhedonia (disminución de la capacidad de experimentar placer), que son síntomas comunes de varias enfermedades, con la idea de que tal clasificación ayude a definir las bases biológicas de al menos los síntomas fundamentales. Otros factores que han impedido avanzar en la comprensión de las enfermedades mentales son la falta de acceso a tejido encefálico para estudio histopatológico, con excepción de aquel que se obtiene después de la defunción, y las limitaciones inherentes de los modelos animales para trastornos definidos en gran medida por anomalías conductuales (p. ej., alucinaciones, ideas delirantes, culpa, tendencias suicidas) que no pueden valorarse en animales.

Pese a estas limitaciones, en la década pasada se observaron adelantos muy importantes. Los métodos de neuroimagen empezaron a ofrecer datos de patología encefálica, los estudios de relación con el genoma completo y la secuenciación de alto rendimiento por fin están revelando los genes que confieren riesgo de padecer formas graves de enfermedades mentales, y las investigaciones en las que se utilizan modelos animales mejor validados ofrecen nueva información sobre mecanismos moleculares, celulares y de circuitos de la patogenia de la enfermedad. También hay mucho entusiasmo por la utilidad potencial de células similares a neuronas inducidas in vitro obtenidas de tejidos periféricos del paciente (p. ej., fibroblastos), ...

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