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Nunca se insistirá demasiado en la prevalencia e importancia de la epilepsia, es decir, convulsiones corticocerebrales recurrentes no provocadas. A partir de los estudios epidemiológicos de Hauser et al. es posible extrapolar que en Estados Unidos la incidencia del trastorno es de casi 2 millones de personas, y anticipar que cada año aparecerán 44 casos nuevos por cada 100 000 individuos. Las cifras no incluyen a pacientes en quienes las convulsiones complican de forma transitoria cuadros febriles, y otras enfermedades o lesiones. Se ha calculado que un poco menos de 1% de personas en Estados Unidos tendrán epilepsia a partir de los 20 años de edad (Hauser y Annegers). Más de 66% de los casos de convulsiones epilépticas comienzan en la niñez (casi todos en el primer año de vida), y es el periodo en que las convulsiones asumen la máxima diversidad de formas. En la práctica de la neuropediatría la epilepsia es uno de los cuadros más frecuentes y el aspecto crónico de las formas infantiles acrecienta su importancia. La incidencia aumenta de nuevo después de los 60 años de edad. Por todas las razones anteriores, los médicos deben tener conocimiento de la naturaleza de los cuadros convulsivos y su tratamiento. Es destacable que, en contraste neto con muchos tratamientos antiepilépticos, como destacó J. Engel, 80 a 90% de los individuos con epilepsia en países en desarrollo nunca recibirá atención médica.
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El término epilepsia proviene del griego y significa “apoderarse de” o “aprehensión”. En alguna época los médicos la denominaron "mal de caída". Aunque son términos médicos útiles para referirse a las crisis recurrentes, las palabras epilepsia y epiléptico todavía llegan a tener connotaciones desagradables y deben ser utilizados con deliberación en el tratamiento de los pacientes. En 1870, Hughlings Jackson, el eminente neurólogo inglés, planteó que las convulsiones venían de una “descarga excesiva y desordenada del tejido nervioso cerebral en los músculos”. La descarga podía resultar en pérdida del conocimiento casi instantánea, alteraciones de la percepción o deficiencias de la función mental, movimientos convulsivos, perturbaciones de la sensación o combinaciones de todas estas manifestaciones.
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La diversidad de manifestaciones clínicas de la enfermedad plantea una dificultad de terminología. El término convulsión denota el paroxismo intenso de contracciones musculares repetitivas e involuntarias, que no incluye todo el intervalo de trastornos eléctricos o convulsiones, que puede consistir sólo en alteración de la función sensitiva o de la consciencia; el término “crisis epiléptica” (seizure), es genérico y tal vez preferible porque abarca todas las descargas eléctricas paroxísticas del cerebro y permite una definición más cercana a la realidad. Por lo tanto, son válidas las expresiones crisis motora, convulsiva, sensitiva o psíquica. También existe una entidad de “epilepsia no convulsiva”, que puede afectar la consciencia, pero no se manifiesta con movimientos convulsivos anormales. Esta representa una forma importante y potencialmente tratable de una encefalopatía o estado confusional. También existe una entidad curiosa, pero ...