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El empleo de sustancias químicas con fin bélico (CWA, chemical warfare agents) en los conflictos modernos se remonta a la Primera Guerra Mundial. Los estrategas militares consideran que el sulfuro de dicloroetilo y los organofosforados son los productos que muy probablemente se usen en los campos de batalla. En la vida civil o en los escenarios terroristas, la decisión de usarlos varía mucho. Por ejemplo, muchos de los agentes de tipo químico con fin bélico usados en la Primera Guerra Mundial incluyeron cloro, fosgeno y cianuro, que hoy se utilizan en grandes cantidades en la industria. Se producen en grandes plantas químicas, almacenados en grandes tanques y transportados de ida y de vuelta por carreteras y vías férreas en grandes tanques cisterna.
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Muchos creen de manera errónea que los atentados químicos serán siempre tan intensos que poco podrá hacerse, excepto enterrar a los muertos. La historia demuestra lo contrario. Incluso en la Primera Guerra Mundial, cuando no había soluciones intravenosas, sondas endotraqueales, ni antibióticos, la tasa de mortalidad entre las fuerzas estadounidenses en el campo de batalla a causa de CWA, principalmente gas mostaza y tóxicos pulmonares, fue solo de 1.9%; esta cifra es mucho menor que la tasa de mortalidad por heridas convencionales (7%). En el incidente ocurrido en 1995 en el metro de Tokio con sarina, solo fallecieron 12 de las 5 500 personas atendidas en hospitales, de las que 80% ni siquiera tenían síntomas. Los hechos recientes no deben generar una actitud fatalista, sino el deseo objetivo de conocer la fisiopatología de los síndromes que originan estas sustancias para tratar de inmediato a todo individuo que acuda a los servicios médicos en busca de atención, con la esperanza de salvar a la gran mayoría.
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Conforme se hacen preparativos para defender a la población civil de los efectos del terrorismo químico, también se debe considerar que el propio concepto de terrorismo puede originar secuelas en algunas personas: efectos fisiológicos y psicológicos que podrían asemejarse a los de las exposiciones no letales a las CWA. Estos efectos se deben al temor general a las sustancias químicas, al miedo a la descontaminación y a los dispositivos protectores, y a otras reacciones fóbicas. Se debe destacar la dificultad cada vez mayor para diferenciar entre las reacciones de estrés y síndromes cerebrales orgánicos inducidos por agentes neurotóxicos. Al igual que con las catástrofes naturales y los derrames químicos a gran escala, entre otros, el conocimiento de los efectos psicológicos del terrorismo y las medidas para el tratamiento médico de la exposición a CWA son cruciales para la planificación de los desastres masivos. En beneficio del lector, en el cuadro C4–1 se incluyen las CWA, los dos pronunciamientos de códigos de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) (establecido por convenciones internacionales de dicho organismo y que no conllevan consecuencias clínicas), sus características físicas peculiares y sus efectos iniciales. El cuadro C4–2 muestra las guías ...