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La inmunidad innata (véase Barrera, en el capítulo 58) y los anticuerpos (véase Anticuerpos en el diagnóstico de enfermedades, en el capítulo 61) son mecanismos importantes para prevenir que se arraiguen las infecciones, pero en muchas enfermedades infecciosas, son sobre todo las células T las que organizan la resistencia y la recuperación. Además, las células T son importantes para la vigilancia del cáncer y son la causa de la mayoría de las enfermedades autoinmunitarias y del rechazo de los trasplantes de órganos. La evidencia más sólida de la importancia de las células T proviene del aumento de las infecciones y los cánceres que se producen cuando la función de las células T se reduce por los fármacos inmunosupresores, por enfermedades adquiridas como el virus de la inmunodeficiencia humana (HIV, human immunodeficiency virus) o en los síndromes de inmunodeficiencia congénita (primaria).
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Los constituyentes del sistema inmunitario mediado por las células T incluyen varios tipos de células:
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Macrófagos y células dendríticas (DC, dendritic cells), que fagocitan microbios y presentan antígenos a las células T (véase Fagocitos y otras células mieloides, en el capítulo 58)
Células T CD4 positivas efectoras/colaboradoras, que utilizan receptores de antígenos para reconocer antígenos y producir citocinas que mejoran o suprimen las funciones inmunitarias
Células T citotóxicas CD8 positivas, que usan receptores de antígenos para detectar y destruir células infectadas
Células asesinas naturales (NK, natural killer), que detectan y eliminan las células infectadas y utilizan receptores innatos.
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La principal característica definitoria de la inmunidad mediada por células, cubierta en detalle en este capítulo, es que depende de manera crítica de las citocinas que producen estas células. Aunque las interacciones entre varias células son complejas, el resultado es relativamente simple: los microbios oportunistas sólo causan enfermedades cuando la inmunidad mediada por las células T está comprometida.
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ACTIVACIÓN DE LAS CÉLULAS T
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Como se comentó en capítulos anteriores, los precursores de linfocitos se convierten en células B y células T maduras en la médula ósea y el timo, respectivamente, por lo que se denominan órganos linfoides primarios (véase Origen de las células linfoides, en el capítulo 59). La consecuencia es una enorme diversidad de “clonas” de células inmunitarias adaptativas, y cada clona tiene un receptor de antígeno único y específico, que es un receptor de células B (BCR, B-cell receptor) o un receptor de células T (TCR, T-cell receptor). En esta etapa, un linfocito se considera maduro porque tiene un receptor de antígeno funcional, pero virgen (naive), porque aún no ha encontrado un antígeno que pueda unirse con firmeza a su TCR o BCR. Se debe tener presente que sólo unas pocas clonas de linfocitos pueden ser específicas para un antígeno determinado.
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¿Cómo examinan las clonas ...